Me quieren convencer de que las cosas están mal; o incluso que están peor que mal. Todos los días, el hervidero de las redes sociales y los medios de comunicación, como una poza de lava borbotando, me quiere convencer. ¿Por qué tanta insistencia? ¿Es por mi bien? ¿Por el de la sociedad?
Llamadme ingenuo o, peor incluso, ignorante, pero creo que lo que ocurre es que hay mucho ego –como no se ha visto nunca en la historia de nuestra especie. Y es que, no me malinterpretéis, claro que creo que hay cosas que mejorar, muchas que arreglar y aún más cosas que cambiar. En esto estamos todos de acuerdo. Esto siempre ha sido así –y demos gracias, puesto que de ello ha derivado el progreso. Pero creo que las personas que están dando las voces de alarma y, peor aún, las que están sugiriendo las alternativas, no son las personas adecuadas para ello; es más, me atrevería a decir que son la menos adecuadas para tal responsabilidad. Y no es tanto que les estemos dando voz a las personas equivocadas como que les estamos dando credibilidad. La libertad de expresión es sagrada -¡qué nunca falte! Pero hasta el más ingenuo sabrá que ese derecho ha de ir seguido del derecho a la formación y por formación –se entiende– quiero decir educación y por educación –por desgracia se está perdiendo– quiero decir desarrollo del pensamiento crítico lo cual, obviamente, no puede existir sin el conocimiento de la filosofía, la literatura, la historia y las ciencias más elementales.
Así que, mientras estoy en la cocina preparando una salsa de tomate para la pasta, un repentino sentimiento de agradecimiento me invade el cuerpo y me reconozco afortunado; afortunado de tener la vida que tengo (¿habría preferido otra? Tal vez. ¿Pude escoger? No. ¿Lo he hecho lo mejor que he sabido? A medias; he pecado de ser algo indiferente a veces, algo perezoso en alguna que otra toma de decisión y, por qué no decirlo, ignorante en muchos otros casos, una ignorancia que, supongo –o prefiero pensar– no ha sido elegida tampoco): agradecido a las personas que han trabajado en un campo de olivos para crear el aceite de oliva extra virgen que tengo en la botella de casa; agradecido a los empresarios que han hecho posible que ese aceite esté a la venta en el supermercado; agradecido a los productores de vidrio que han proporcionado la botella de ese aceite de oliva extra virgen; y a los que producen el tapón de metal para asegurarse de que la botella quede cerrada herméticamente y el contenido no pierda las propiedades que tan saludables son y tanto aprecio le tengo a ese oro líquido de la alimentación mediterránea. Agradecido a los que han producido la sal gorda que empleo para sazonar; a los agricultores que cultivan los tomates, la cebolla y el ajo que uso para hacer mi salsa; agradecido a los transportistas que los llevan en camiones; agradecido a los que han fabricado la sartén, a sus empresarios, así como a los técnicos que la han diseñado para que cumpla su función de manera eficiente y sin emitir elementos tóxicos para la salud; agradecido a las personas que lucharon porque se hiciera una ley que obligase a los empresarios a producir sartenes libres de tóxicos; agradecido a los ingenieros que diseñaron la batidora-robot en la que he triturado los tomates para convertirlos en puré de forma rápida y limpia, así como a los que han creado el vidrio para su vaso y a los que producen los cables de cobre, las luces de los botones y a los que fabrican las carcasas de plástico resistente para soportar el peso y las vibraciones del proceso de centrifugado, las gomas de las patas y el plástico de los botones del control de potencia; agradecido al amigo que me regaló el robot-batidora; a los productores de la madera para el mango de la lengua de gato; a los que la producen; a los que hacen tablas y cuchillos de cocina; agradecido a los inventores del plástico; agradecido a los que trabajan a diario para tratar de limitar el uso del plástico en el mundo; agradecido a los que inventaron la electricidad que ha permitido que la batidora-robot pueda ser una realidad, que la vitrocerámica pueda funcionar y que pueda hacerlo todo con luz de bajo consumo; agradecido a los que fabrican la vitrocerámica y a los ingenieros que la inventaron; agradecido a los que se encargaron de la nevera para que los tomates se mantuvieran frescos durante la semana que han tenido que esperar hasta que tuvieran el día libre para poder cocinarlos; agradecido a los que lucharon para que pudiera tener el fin de semana libre y un máximo de cuarenta horas laborables a la semana, así como un sueldo por ello; agradecido a la empresa que me da trabajo para poder comprarme estas cosas de las que estoy agradecido; agradecido al gobierno que permite que con sus leyes se ofrezcan cursos gratuitos a las personas en paro para que se sigan formando y, por ello, consecuentemente, que yo tenga un trabajo que me permite sentirme realizado por poder compartir mis conocimientos y permitirme aportar un granito de arena a esto que llamo la andadura en el progreso sostenible de la humanidad; agradecido por haber tenido una educación; por haberla recibido gratuitamente; agradecido por que cada uno de los docentes, profesores y maestros que tuve pudieron estudiar y formarse a su vez; agradecido a quienes hicieron posible que esos docentes, profesores y maestros pudieran formarse; agradecido a mi madre por haberme enseñado a hacer la mejor salsa de tomate del mundo y al anónimo alquimista que hace más de cien años la inventara; agradecido a los que, antes que él, se lanzaron al mundo exterior, desconocido y peligroso en gran medida, para descubrir estos tomates para nuestro mundo mediterráneo y traerlos hasta aquí; agradecido a esos antiguos pueblos de allende el mar que se fijaron en la maravilla de ese fruto y lo convirtieran en lo que para los de mi nación es oro con textura de manzana... Y como quiera que la lista es infinita, me doy cuenta de que he de estarle agradecido al mundo y a esta sociedad que tanto condenan y desprecian las voces del hervidero público de las redes.
Y es entonces que llego a esta simple, pero para mí reveladora, conclusión: hay demasiado ego. Si no hubiera tanto ego, si todos supieran ver más allá de sus ombligos podrían reconocer lo bueno que logramos a diario los seres humanos e, indefectiblemente, serían capaces de encontrar soluciones para los problemas que nos aquejan, mejorar lo que queda por mejorar, cambiar lo que hay que cambiar y proporcionar las mejores alternativas para todo aquello que, por desgracia, es todavía defectuoso –que, por otra parte, es normal que haya tantas cosas defectuosas puesto que somos personas al fin y al cabo, por lo que lo defectuoso está en nuestra propia naturaleza individual y la única forma de superarlo es como sociedad, como colectividad, como humanidad.
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