El fracaso y la genialidad: un problema de definiciones

 


Muy bien, lo sé: lo de sacarle punta a todo es un problema particular y muy mío, pero las definiciones son importantes para comprendernos. De hecho, ya lo dijo Cicerón: «antes de comenzar a hablar, dadme la definición de cada una de las palabras que vayáis a usar o no nos entenderemos». Esta vez, creo que es necesario sacarle punta a algo que comentó Christian Gálvez. En mi opinión —y tal vez me equivoque, pues en esta ocasión, he de reconocerlo, no las tengo todas conmigo— el esmerado presentador ha querido buscarle cinco pies al gato con su exposición Da Vinci: no hace falta ser un genio para ser genial (que el lector podrá encontrar en el siguiente enlace: aquí).
El mensaje que transmite Gálvez es muy bonito (nada novedoso —pues es casi tan antiguo como el propio ser humano—, pero muy bonito): No importa cuántas veces te caigas, vuelve a levantarte y sigue intentándolo. Una historia de los fracasos que llevan al éxito. El problema que encuentro en la exposición del divulgador es que, si afinamos lo suficiente, veremos que se trata de un sofisma, esto es, su argumento, teniendo apariencia de verdad, es falso ya que nos presenta a Leonardo como un hombre que, fracasando toda su vida, hoy recordamos como un genio, y monta su discurso sobre la tesis de que lo que le ha hecho triunfar hoy en día fueron fiascos en su tiempo. Y esta apreciación es, precisamente, la que me parece falsa. Me explicaré:
Denominar fracasos a las producciones de Leonardo es lo que me chirría un poco, y creo que es porque tendemos a confundir fracaso con falta de éxito mercantilista o comercial. A eso es a lo que Gálvez se refiere al reiterar en su discurso que el genio tuvo que ir de una ciudad a otra en busca de un benefactor. Yo, obviamente, no lo veo así. En mi opinión, Leonardo no fracasó nunca —o casi nunca— puesto que sus inventos, sus máquinas, sus descubrimientos (tanto en el campo de la pintura como en el de la fonética, en el de la música como en el de la ingeniería militar, en la anatomía como en la óptica) y sus producciones artísticas fueron auténticos éxitos, un maravilloso ejemplo de lo que la mente humana puede llegar a crear. Otra cosa es que las personas de su tiempo no supieran apreciarlo; y otra aún es qué redito económico les consiguiera sacar. El ejemplo de la gran tarta que el propio presentador nos expone en su charla motivacional es un ejemplo de logro y no de lo contrario, puesto que, Leonardo, al realizar tamaño pastel, consiguió su objetivo de dar de comer a centenares de personas y desde dentro. Por tanto, desde este punto de vista, entiendo yo, la tarta de Leonardo fue todo un éxito. Del mismo modo, ninguno de sus proyectos se malogró. Sí que tuvo resultados adversos en lo que a sus reportes económicos respecta, y, desde ese punto de vista, pero solo desde el punto de vista comercial y mercantilista, sus aspiraciones se verían defraudadas (o no). Ahora bien, estaremos de acuerdo en que un cuadro puede ser un batacazo comercial pero un éxito artístico, del mismo modo que un invento puede ser un fiasco económico pero un éxito de la ingeniería mecánica. Por tanto, ¿de qué estamos hablando?
Es por todos sabido que Van Gogh no logró vender un solo cuadro en su vida y que murió más pobre que el hambre, por lo que podríamos considerarle el paradigma de la derrota. Sin embargo, no se puede decir lo mismo de sus creaciones. De hecho, desde el punto de vista artístico, sus obras pictóricas son auténticos éxitos, tan grandes que aún hoy en día son apreciadas en todo el mundo. Charles Dickens tuvo que vender su obra por precios irrisorios, y nadie podría considerar sus obras literarias como fallos. ¿Y qué decir del genial autor Edgar Allan Poe? Este genio de la literatura universal, cansado y hambriento tuvo que vender al editor de una revista local su obra El cuervo por el vergonzoso precio de 9 dólares. ¿Estaríamos hablando de un fracaso, aun cuando se reprodujeron millones de copias y todavía hoy se sigue estudiando en todo el mundo? En otras palabras, ¿fue un fracaso El cuervo para Poe porque él no se enriqueció con su difusión? Yo creo que no. En mi opinión, hablaríamos de fracaso si el poema hubiese desaparecido para siempre en el olvido —destino final de todas las obras mediocres que, en efecto, resultan fallidas. Del mismo modo, solo podríamos hablar de derrota en el caso de la tarta de Leonardo si esta no hubiera gustado a nadie o no se hubiera sujetado sobre su armazón para poder cumplir con su función de alimentar desde dentro a cientos de comensales.
Se estará preguntando el lector qué entiendo yo por fracaso. Un excelente ejemplo es el multimillonario Jack Ma, fundador de Alibaba. Él fracasó una y otra vez en sus intentos, de hecho, trató de ingresar en la Universidad de Harvard 10 veces, y las diez veces fue rechazado. Obviando el hecho de que el señor Ma no es exitoso por haberlo conseguido en su undécimo intento, cuando finalmente consiguió triunfar lo hizo en un campo completamente diferente a cualesquiera de los otros en los que fracasó. Él mismo lo explica maravillosamente bien en esta entrevista: aquí. Solo su perseverancia y su fortaleza de espíritu lo llevaron a convertirse en un emprendedor de éxito mundial. Pero de sus intentos fallidos de ser policía, por ejemplo, o de ingresar en Harvard, a diferencia de las obras de Leonardo, no queda nada, ¡ni habríamos sabido nada de no habérnoslas contado él! He ahí la diferencia.
Puede que el lector pierda la paciencia llegados a este punto, puesto que es una fina línea la que propongo aquí para separar ambos conceptos; soy consciente. Pero a mi entender, son conceptos distintos, y la distinción es lo suficientemente importante como para justificar esta aclaración pues, de lo contrario, considero que podríamos estar haciéndole un flaco favor a la sociedad.
Creo que el error que comete Christian Gálvez es el de confundir el tipo de sujeto: una cosa es la clase de persona que no se desalienta ante los reveses de la vida con tal de lograr su objetivo o sueño —caso de Jack Ma y de cantantes y actores de los que hemos oído hablar— y que, perseverando, finalmente consigue lo que se había propuesto, y otra bien distinta es la del genio que, a pesar de no tener éxito comercial, en lo que a sus creaciones respecta, no ha fracasado. Por tanto, querer apoyar su argumento en favor de seguir luchando por un ideal y emplear a Leonardo —o a Dickens, o a Poe, o a Oscar Wild, o a Van Gogh…— es un error de miras. Leonardo no triunfó al final de su vida porque no se rindió tras sus supuestos fracasos; triunfó porque sus obras mostraban su genialidad. Muchas veces hemos oído usar con el mismo propósito el ejemplo de Einstein que, no obstante haber suspendido el examen de acceso a la universidad, se convirtió en el genio que todos conocemos. Otro error de miras. Einstein era un genio, y su éxito no se debió a que no se rindiera ante el primer fracaso; su éxito se debió a que era un genio.
Animar a los que no tienen talento ni genio a seguir intentándolo es una mezquindad, cuando no una irresponsabilidad. Pero aquí entramos en una cuestión bien distinta: la de los paradigmas del éxito profesional. El problema aquí es de números. Acudir a los ejemplos de personas que han tenido éxito tras múltiples fracasos —como Jack Ma— es olvidar que por cada persona que ha conseguido tener éxito hay otro millón de ellas que no lo han conseguido, que permanecen en el anonimato y que nunca saldrán de él. Pero como he dicho, este es otro asunto, tal vez para otro artículo.

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