Si en una ocasión elogié las virtudes de Facebook, en esta ocasión voy a hablar en contra. Pero antes he de anticiparle al lector que no se trata del pecador sino del pecado: repetimos el mantra de que el mal no es la tecnología sino el uso que se hace de ella.
Esta reflexión surge tras haber escuchado la charla Ted de la periodista británica Carole Cadwalladr, Facebook’s role in Brexit –and the threat to democracy (que aún no está traducido al español).
A lo largo de nuestro desarrollo como seres humanos, siglo tras siglo hemos demostrado una capacidad inventiva fuera de lo natural, creando maravillas de la técnica y la tecnología con el propósito de hacer más cómoda nuestra subsistencia. Sin embargo, para cada buen uso que se le pudiera dar a nuestras creaciones, aparecerían dos que lejos de propiciar el bien común beneficiaban solo a unos pocos. Así ocurrió con el descubrimiento de los metales, que hicieron aperos más resistentes, pero también las más mortíferas armas; así ocurrió con la dinamita, y todos sabemos cómo su inventor decidió crear los premios Nobel para redimir todo el daño que el explosivo causaría a las vidas humanas; y qué decir del descubrimiento de la fisión nuclear de los átomos… Pero esta condición de buen uso/mal uso de la inventiva humana no es una peculiaridad que se circunscribe exclusivamente a la técnica y la tecnología puesto que podemos encontrar ejemplos de ello también en el plano ideológico. Cada vez que el pensamiento humano ha generado una ideología, ha habido quienes han sabido aprovecharla para hacer el bien y quienes para hacer el mal —en este caso entiéndase hacer el mal como servir al objetivo de dominar y someter a las masas por medio de la opresión. Cuando Karl Marx escribió el libro con el que crearía la nueva religión del siglo XX, no tenía ni idea de que sería puesta al servicio de tanta maldad y mal uso; del mismo modo, Jesús de Nazaret no tenía ni idea de que sus palabras serían usadas para crear un poder institucional que sería opresor de la sociedad durante siglos… así imagino a nuestro creador de Facebook, el señor Mark Zuckerberg: una mente brillante que crea una herramienta exitosa sin tener ni idea del uso que se le acabaría dando. Ahora bien, la diferencia entre los ejemplos citados y este último es la disposición para enmendar los daños, y solo por eso, el señor Zuckerberg no es merecedor de mi respeto.
La realidad es que las redes sociales y el mundo digital han creado en su conjunto un universo que opera al margen de la legalidad, reduciendo a cenizas la lucha de nuestros antecesores por construir estados basados en el concepto de legalidad constitucional. Sospecho que la democracia se está enfrentando ahora a un enemigo mayor que el del nazismo o el del comunismo o el del terrorismo; esta amenaza es invisible y atacada a los mismísimos hogares de todos los ciudadanos por culpa de aquellos que, una vez más, utilizan para sus intereses monopolizadores las herramientas que, como producto de la genialidad humana, deberían estar al servicio del bien común. Pero sé que, tarde o temprano, las cosas se pondrán en su lugar y los principios democráticos, los Derechos Humanos y los valores de virtud, respeto y amabilidad prevalecerán. Mientras tanto, yo empezaré por aportar mi granito de arena y aprovecho para anunciar que cierro mi cuenta de Facebook.
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