Pasear por las calles más comerciales de la ciudad es un escaparate al fenómeno de invasión lingüística que estamos viviendo: en lugar de rebajas nos encontramos con carteles que dicen sale; en lugar de hogar —con sus entrañables matices—, nos encontramos con la palabra home; Discount ha substituido al descuento de toda la vida, y parece que happy es más eficaz y directo que su homónimo español por lo que junto con welcome y Merry X’Mas son ahora los preferidos de los comerciantes. Incluso las firmas más modestas han sucumbido a este fenómeno y en sus letreros corporativos prefieren escribir la palabra by antes que la palabra por.
Los préstamos lingüísticos han existido siempre y gracias a ellos han evolucionado las lenguas modernas. Hasta hace casi un siglo, el idioma más influyente en el mundo era el francés. Eso ha hecho que en español se pueda escribir una frase de 40 palabras en la que 19 sean francesas:
En el garaje del chalet del Bulevar del Cabaret, el cofre beige del chófer contenía el carné del chef del Hotel La Joya, un complot naif contra el premier, una marioneta del gourmet, para sabotear la élite de la restauración.
Soy consciente de que la lengua de Shakespeare es el idioma más hablado del mundo y, con total certeza, el más importante —al menos por el momento y para las próximas décadas. Pero el inglés está cruzando horizontes distintos de los del fenómeno de los préstamos lingüísticos. Tanto está contaminando el vocabulario de los demás idiomas, que los está convirtiendo en absurdas amalgamas. El galicismo, así como cualquier otro préstamo lingüístico, no pasa de ser más que una dulce incorporación de vocablos extranjeros para enriquecer la propia lengua. Y digo bien, enriquecer. He aquí la gran diferencia con el fenómeno del inglés hoy en día: nuestras lenguas europeas están empobreciéndose a merced del anglicismo, porque decir home, happy, runner o sales podría contemplarse como una señal de préstamo lingüístico, pero emplear términos como what? u Oh my God! para expresar asombro, o frases como That's cool o Not a thing! en nuestros discursos, y preferir palabras como CEO, manager, branch, muffin, lyrics, runner y top a sus equivalentes en castellano es un claro síntoma de empobrecimiento de nuestro léxico. (Os recomiendo este artículo de El Blog de Infoidiomas).
Más parecido al fenómeno del latín en el periodo de la romanización de Europa, el inglés se ha convertido en indispensable, superando el concepto de lengua franca. Muchas compañías productoras de juegos, de páginas web o de artículos de tecnología han optado por no traducir las instrucciones o los mensajes, obligando al consumidor a leerlo todo en inglés.
Aprovechándose de esta nueva realidad esperántica, con el objetivo de alcanzar el bilingüismo (así se anuncian estas medidas), desde hace varios años se vienen implementando desde el gobierno sistemas infructuosos que despistan al contribuyente haciéndole creer que sus hijos en la escuela acabarán adquiriendo un nivel de total fluidez. De hecho, el nuevo presidente Sánchez anunció en su programa electoral —¡otra vez!— su intención de hacer de este objetivo una prioridad. El engaño es muy simple: se le exige al profesorado que sea capaz de impartir su asignatura en inglés y para ello se le pide que certifique el nivel B2 del CEFR, lo cual es ya, de por sí, una quimera, puesto que dicho nivel por sí solo no capacita para explicar asuntos tan complejos como los de cualesquiera de las asignaturas de secundaria o bachillerato. Pero, por otro lado, si se introduce en las aulas un docente anglófono tampoco se resolvería el problema puesto que ello solo generaría otro escenario engañoso, esta vez relativo al otro lado del aula puesto que el nivel de los alumnos no es el suficiente como para comprender dichos conceptos explicados en lengua inglesa.
Y mientras se espera a que, o bien el equipo docente o bien los estudiantes alcancen el nivel necesario de inglés como para plantear un sistema bilingüe real y efectivo en las escuelas del país, los años pasan y nuestros alumnos cada vez aprenden menos, nuestros profesores cada vez están más desanimados y, por ende, nuestro futuro cada vez menos garantizado. ¿O no?
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