Sistema educativo y tecnología

 


Entre los sectores que más se han resistido a modernizarse está el de la educación, precisamente el sector que se debe encargar de formar a la juventud para encajar en la nueva realidad, una realidad que, le pese a quien le pese, anda de la mano de los teléfonos inteligentes y tabletas, videojuegos y consolas, realidad aumentada e inteligencia artificial. Como historicista, más que como docente, me he hecho la misma pregunta lleno de inquietud una y otra vez: ¿cómo es posible que aún haya centros que se nieguen a introducir y permitir la tecnología en sus instalaciones, cerrándole la puerta a la realidad y forzando a los alumnos a dar un salto en el pasado cada vez que entran en sus aulas? ¡Es este un gran error que le pasará factura a España! Si nos quedamos rezagados en la formación de nuestros niños y jóvenes en ciudadanía digital, nuestros profesionales del futuro serán los menos preparados de toda Europa.
¡Cuántos padres no les permiten a sus hijos tener móvil y cuántos hay que les ponen uno de última generación en las manos nada más poder ponerse en pie! Las críticas surgen en ambos bandos. Son pocos los que consiguen darse cuenta de que la cuestión de fondo no es tecnología sí/tecnología no. La tecnología es una realidad que ya convive con nosotros en nuestro día a día, a la par que realidades aún más desafiantes se van abriendo paso a zancadas, como son la robótica y la biónica, la biotecnología y la tecnología de bioimpulso, la nanotecnología… Querer darle la espalda es no ya una idiotez, sino una temeridad. Todas las épocas han tenido sus horrores que han supuesto un temor para los padres —el cuento de Caperucita roja no es otra cosa que una narración para enseñar a las niñas del siglo XVIII a tenerle miedo a los extraños y evitar los caminos solitarios—, y todas las generaciones han aprendido a superarlos del mismo modo: con la educación. Lo único que hace falta para afrontar los problemas que pueden derivar y derivan de la tecnología es educar.
Los antiguos griegos y romanos hablaban de la importancia de ser un ciudadano social; en la Edad Media se inculcó el valor del ciudadano cristiano; con la época imperialista llegó el concepto de ciudadano civilizado; tras la Segunda Guerra Mundial y con la Declaración de los Derechos Universales, surgió el concepto de ciudadano universal y cosmopolita (la antítesis de la versión anterior); y todas las personas que quisieron que sus hijos fuesen de aquella manera, les educaban en aquellos conceptos. Hoy en día debemos abrazar de una vez el concepto de ciudadano digital, y consecuentemente educar a nuestros jóvenes al respecto; entender que es una realidad compleja y querer conocerla, en lugar de escondernos de ella, es la mejor solución a todos los problemas que puedan derivar: el acoso virtual o cibernético, la cibercondría, la nomofobia, la adicción a hacerse fotos, o la fobia a hacerlas, la “Whatsappitis”, la teléfonofobia, la retterofobia, la vibranxiety, el phubbing y —mi neologismo preferido—, la editiovultafobia
En mi opinión, cerrar los ojos (y las puertas de las aulas) a esta realidad es el verdadero fallo del sistema educativo. Se debe a una triple confluencia de circunstancias: la comodidad, el desconocimiento y la edad del personal docente. No hay que quitarle importancia al factor padres que se niegan a dejar entrar la tecnología digital en sus vidas, y éstos ejercen una fortísima influencia en las decisiones de los centros educativos. Ahora bien, a nivel mundial se están realizando cientos de congresos en los que los sabios de la educación hablan de la necesidad del cambio del paradigma educativo y de la inclusión de la tecnología digital en todos los ámbitos de la enseñanza. A su vez, las redes sociales están copadas con vídeos, cursos, charlas y libros que abundan en las bonanzas de ir en esta línea. Pero los docentes no están por la labor. Recuerdo salir de un congreso internacional de docencia sobre nuevas metodologías, y el grupo con el que estaba comentar:
—¡Hay que ver qué bonito suena todo desde fuera! Cómo se nota que los que están ahí arriba dando charlas no tienen ni idea de lo que es estar en un aula dándole clase a los mendrugos que tenemos allí metidos —esta perla la soltó nuestra jefa de departamento, por supuesto apoyada por los vítores de todos los profesores que le estaban alrededor.
Comprender de una vez que el peligro no viene de la tecnología sino del uso que se le dé es el primer e importantísimo paso que deben dar las instituciones; el segundo, educar en ese uso, concienciar de lo necesario de adquirir buenos hábitos e inculcar el desprecio por el mal uso. ¿Acaso no ocurre así con todo -los hábitos alimentarios, el respeto del medioambiente, el cuidado del ecosistema...?
Por otra parte, seguir cerrando los ojos (y las puertas) a la tecnología y a las posibilidades que nos brinda es hacerle un flaco favor a la disciplina docente. Hoy en día, el docente se ve desbordado por su propio trabajo. El resultado de esto es la mediocridad educativa. Creo que no habrá calidad de Educación hasta que en lugar de decenas de centros con cientos de alumnos calentando sillas y garabateando en cuadernos, haya cientos de centros con decenas de alumnos empleando tecnología digital. Los gobiernos de todo el mundo destinan más del 15% de sus presupuestos a Defensa y siempre menos del 5% a Educación. En 2015, el gobierno de los Estados Unidos destinó el 16%, es decir la friolera de 602 mil millones de dólares en Defensa, [1] mientras que sólo el 3% en Educación. España no ha sido diferente: en 2015 se gastó el gobierno en Educación poco más de mil millones de euros, es decir menos del 3% de los presupuestos del Estado. [2] Si en lugar de destinar cerca de mil millones de euros a Otros conceptos, el gobierno los destinara a Educación, y si se redujera ligeramente el gasto en defensa, ya se dispondría de dinero suficiente para sufragar la formación del personal docente y la instauración de un sistema educativo pensado para formar a los ciudadanos del futuro, los de la era digital (o bitépoca). De este modo se lograría que cada profesor pudiera dar clase de verdad y que sus clases realmente sirvieran para formar ciudadanos del futuro, para luchar contra los abusos escolares, para atender de manera individualizada a cada alumno, a cada problema, a cada incidencia; además, y fundamental, lo haría encantado y le dedicaría lo mejor de sí a su trabajo, y eso sin contar con la motivación con la que acudirían los menores a la escuela. Es tan evidente, tan obvio, que no es necesario dedicarle más tiempo a describir las bonanzas de una educación así.
La educación es fundamental. De hecho, lo es todo. Somos todo lo bueno que somos gracias a ella y todo lo malo que somos por culpa de su carencia.
[1] Fuente:http://www.cbpp.org/research/federal-budget/policy-basics-where-do-our-federal-tax-dollars-go?fa=view&id=1258 –consultado en septiembre de 2016.
[2] Fuente: http://www.sepg.pap.minhap.gob.es/sitios/sepg/es-ES/Presupuestos/Presupu estosEjerciciosAnteriores/Documents/EJERCICIO%202015/LIBROAMARILLO2015.pdf —consultado en septiembre de 2016.

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