La ¿impuesta? grandeza de Shakespeare

¿Y si Shakespeare no fuese tan grande como nos han hecho creer? ¿Y si sus obras no fueran superiores a las de otros autores? ¿Y si, de hecho, fueran, en muchos casos, incluso mediocres, pero que, debido a un “lavado de cerebro” literario –una versión literaria del fenómeno que se da con las religiones más grandes del mundo frente a los cultos y ritos particulares menos importantes– se lo ha logrado posicionar por encima de los demás autores de la literatura mundial? ¿Que por qué digo que Shakespeare está en ese lugar tan selecto y privilegiado de la literatura mundial? Porque lo dicen los números y, como siempre decía mi padre, los números no mienten. Su grandeza, de hecho, se puede medir en números: la cantidad de años que sus libros llevan publicándose; la cantidad de títulos que se han traducido a múltiples lenguas; la cantidad de lenguas a las que se han traducido; la cantidad de libros vendidos a lo largo y ancho del planeta… Su influencia global, en definitiva, es impresionante. Traducciones y adaptaciones: Sus obras se representan en todo el mundo y han inspirado innumerables adaptaciones en diferentes formatos, como la música, el cine, el teatro y la literatura. Inspiraciones en diferentes culturas: los escritores de diferentes culturas se han inspirado en Shakespeare. Por ejemplo, Rabindranath Tagore en la India, Yukio Mishima en Japón y Aimé Césaire en el Caribe han incorporado elementos shakespearianos en sus obras. Movimientos literarios: la obra de Shakespeare ha influido en varios movimientos literarios, incluido el Romanticismo, que apreciaba su profundidad imaginativa y emocional, y el Modernismo, que admiraba sus innovadoras técnicas narrativas. Y ¿qué decir de su legado? El legado perdurable de Shakespeare se puede ver en la forma en que sus obras continúan siendo estudiadas, representadas y referenciadas. Su capacidad para capturar la amplitud de la experiencia humana hace que sus obras sean atemporales y cercanas a audiencias de todo el mundo. Entonces, ¿a qué viene mi propuesta? ¿Cómo me atrevo a decir que podría tratarse de un “lavado de cerebro”? Pues, porque, ¿y si no fuera el único con dichas características? ¿El emperador va desnudo?

    


La historia la escriben los vencedores. Poco o nada sabremos de los vencidos si han sido arrasados, su cultura borrada de la historia y su pueblo exterminado. Este es el caso de Cartago y la cultura cartaginesa. Con estas palabras o unas muy similares comenzó su clase el profesor de Historia prerromana de la Península Ibérica. Seguramente Cartago tuvo grandes poetas, grandes escritores, grandes arquitectos y grandes pensadores y, sí, es una pena que nunca llegaremos a conocerlos, pero ¿invalida eso la grandeza de los pensadores, escritores y arquitectos romanos? ¿Son acaso menos relevantes para la historia Séneca, Cicerón o Julio César porque nunca conoceremos a los homólogos cartagineses? Y el caso es que, desde ese día en la clase del año 1996, vengo dándole vueltas a esta cuestión. ¿Hasta qué punto el poder militar y político de una nación convertida en imperio es la responsable de que sus artistas, escritores y pensadores sean reconocidos históricamente y mundialmente frente a otros que perviven más o menos en el anonimato por pertenecer a naciones y pueblos mucho más pequeños y modestos?

    En mi opinión –modesta, humilde, pero sincera y labrada– hay dos obras que me parecen capitales y superiores a todas las demás con diferencia que son La Celestina de Fernando de Rojas y Las tres hermanas de Chéjov. Estas dos obras, cada una en su época, son, a mi entender, el mejor espejo de la sociedad de su momento que pueda la literatura darnos; ambas son una joya literaria que además representan con una didáctica lírica impecable la naturaleza humana en general y los usos y costumbres de sendas épocas en particular. Y si bien yo no me considero en absoluto un erudito en materia, siempre me sorprendió comprobar cómo rara vez se elogia a alguna de estas dos obras. Además, nunca olvidaré el sentimiento de decepción que me embargó la primera vez que decidí leer las obras del gran dramaturgo inglés. Contaba con la edad de 25 o 26 años y ya había disfrutado enormemente de las obras de Lope de Vega, Moliere y Pirandello, y habida cuenta la enorme reputación de Shakespeare, uno puede hacerse a la idea de las expectativas con las que me adentré en sus letras. Convencido entonces de que se trataba de una deficiencia mía particular o tal vez de un producto más de mi abnegada arrogancia no quise hacerle caso a mi sentimiento de decepción y preferí abrazar la opinión pública generalizada. Pero luego seguí creciendo y seguí leyendo y, lejos de cambiarla, mi opinión sobre Shakespeare solo se reafirmaba. ¿Cómo era esto posible?  ¿Romeo y Julieta? ¡Oh, claro que es una perla de la literatura universal! No seré yo quien lo ponga en duda. Pero ¿no debería ser digno de mención que Shakespeare ni inventó los personajes ni ideó la historia? Se hizo eco de una historia que se venía narrando en Italia y en España desde hacía doscientos años. Pero lo que me parece más inquietante es que se le resta valor al hecho de que Shakespeare escribiera Romeo y Julieta cien años después de que Fernando de Rojas escribiera La Celestina. En efecto, la historia de los amores imposibles de los dos adolescentes de De Rojas es del año 1499; la del dramaturgo inglés es de 1595.  No puedo decir que no me guste Shakespeare. El rey Lear y Mac Beth se hallan entre mis obras de teatro favoritas; Hamlet y Romeo y Julieta son siempre una buena inversión de dinero en una noche de teatro o en el cine. Pero creo que nada tiene que envidiarle Lope de Vega que, si Shakespeare escribió 39 obras de teatro, el Fénix de los ingenios escribió mil quinientas comedias, ¡1.500! –aunque solo se hayan conservado unas 420 comedias y unos 40 autos; que, si el inglés escribió 154 sonetos, Lope de Vega escribió más de tres mil. ¡El emperador va desnudo!

    Para ayudarme a salir de dudas acerca de si Shakespeare está sobrevalorado o no, decidí pedirle ayuda a la inteligencia artificial. Empecé por recopilar datos. ¿Quién es el autor más reconocido e importante de la historia y del mundo? Según los datos actuales, el autor más reconocido del mundo y de la historia es William Shakespeare. ¿Quién es el autor más traducido y vendido del mundo? Esa medalla es para Agatha Christie. ¿Estaremos viendo al emperador a través de los rayos X? Es que, disculpadme, pero me sorprendió que ambos autores fueran británicos y más aún que el segundo fuera alguien de tan poca calidad literaria como lo es la dama del misterio y del asesinato. ¿Dónde están los grandes nombres que yo admiro y reverencio como Poe, Quevedo, Manzoni, Flaubert…?

    Le pregunté entonces a la inteligencia artificial cuáles eran los cinco libros más vendidos de la historia –quitando los libros religiosos o de carácter político como La Biblia, El Corán y El libro rojo de Mao que, por razones evidentes, siempre ocupan los primeros lugares en número de ventas mundiales. La respuesta fue:

  • ocupando el primer lugar, Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes (SPAIN: 12 points)
  • en segundo lugar, Historia de dos ciudades, de Charles Dickens (UK: 10 points)
  • en tercer lugar, El señor de los anillos, de JRR Tolkien (UK: 9 points)
  • en cuarto lugar, El principito, de Antoine de Saint-Exupéry (FRANCE: 8 points)
  • y, en quinto lugar, Harry Potter y la piedra filosofal, de JK Rowling (UK: 7 points)

    El recuento de puntos le da una aplastante victoria al país de Shakespeare. De los cinco puestos, tres los ocupan escritores británicos. Este podio me recordó mucho al de las olimpiadas en el que en el medallero siempre predominará la bandera americana. El país que ostenta el mayor número de medallas olímpicas en la historia es Estados Unidos: han ganado un total de 2.629 medallas (1.061 de oro, 830 de plata y 738 de bronce) a lo largo de todas las ediciones de los Juegos Olímpicos de Verano. Pero a mí esto me ha parecido siempre una mera cuestión matemática que tiene más que ver con el número de atletas que puede proporcionar cada país que con otra cosa; eso sin contar con que, en realidad, no se trata de un país, sino de 50 países compitiendo bajo una misma bandera; sería más lógico si cada estado se presentase por separado y con su propia bandera, ya que muchos de ellos son más grandes que la mayoría de los países que participan, más ricos y más poblados. Pero no nos desviemos del tema y volvamos a la pregunta que me ronda la cabeza desde mi tierna época universitaria y que podría resumirse de la siguiente manera: ¿qué tienen los británicos que no tenemos el resto de las naciones para que su literatura sea lo que es? Y fue entonces cuando me acordé de mi profesor de Historia prerromana de la Península Ibérica y de su famosa sentencia respecto de Cartago. La respuesta me pareció, entonces, evidente: ¡un imperio!

    En mi opinión, es una conclusión interesante y, aunque mi padre siempre me decía que la historia no se escribe con el “y si”, esta reflexión me parece relevante. Creo que, de no haber habido Imperio Británico, ni Shakespeare ni Agatha Christie serían las figuras tan conocidas como son hoy en día en todos los rincones del mundo, ni Historia de dos ciudades de Dickens sería la segunda obra más vendida de la historia –lo creo a pesar de que sea ésta mi obra predilecta. Sin el Imperio Británico, autores de otras culturas habrían tenido una mayor prominencia internacional. Quizá estaríamos hablando de diferentes cánones literarios, más representativos de otras culturas que tuvieron menos alcance por no tener un imperio del mismo poderío. Hagamos, pues, un ejercicio de imaginación. Imaginemos que, en lugar de perder en Waterloo, Napoleón hubiese resultado vencedor. En lugar de Imperio Británico, habría habido Imperio Francés. Su influencia se hubiera expandido y mantenido durante dos siglos, la hegemonía cultural, lingüística y literaria del mundo hoy podría ser muy diferente. El francés, en lugar del inglés, seguiría siendo la lingua franca, lo que habría facilitado la difusión masiva de autores y obras del canon literario francés. Así, Baudelaire y Flaubert serían los nombres icónicos mundialmente conocidos, y las obras de teatro de Molière ocuparían el lugar que ocupan hoy en día las de Shakespeare. Obras francesas clásicas habrían sido enseñadas y celebradas con la misma reverencia global que hoy reciben muchas obras literarias británicas. El peso de la cultura popular, los valores y los ideales habrían estado impregnados de la influencia francesa, desde la moda hasta el pensamiento político, filosófico y artístico.

    Siguiendo con nuestro ejercicio de imaginación, vayamos más atrás en el tiempo e imaginemos que Felipe II no hubiera perdido contra Isabel I y que su Armada hubiese resultado realmente invencible. Imaginemos que, entonces, el Imperio Español hubiera mantenido su hegemonía a lo largo de los siglos. El impacto cultural y literario mundial sería radicalmente distinto. Miguel de Cervantes probablemente sería visto como el gran estandarte literario global, y la influencia de su obra y sus personajes, ya de por sí icónica, habría alcanzado una magnitud todavía mayor. Lope de Vega, con su vastísima producción teatral, habría sido elevado al mismo nivel que se le atribuye a Shakespeare, marcando el teatro y la narrativa global con una impronta profundamente hispánica. El idioma español sería mucho más predominante, quizás llegando a ser la lengua franca en todo el mundo.

    ¿Y si hubiese habido un predominio del Imperio Ruso? En lugar de Dickens y Agatha Christie, serían los nombres de Tolstoi y Dostoievski los que serían más reverenciados en todo el mundo, y Chéjov reemplazaría a la popularidad de Shakespeare.

    Esto, que responde a un razonamiento de lógica aplastante, me lleva a concluir que cualquier nación podría contar con el autor o los autores más grandes y reverenciados de la historia y del mundo de haberse convertido en grandes imperios mundiales. Si una nación pequeña como Rumanía o Líbano (por poner dos ejemplos de países cuya literatura no es precisamente famosa a nivel internacional) se hubieran convertido en un imperio mundial que se expandiera durante siglos, su literatura, autores y cultura habrían sido proyectados con un impacto global masivo. Así, en lugar de Shakespeare y Dickens, estaríamos celebrando a escritores rumanos como Mircea Eliade, Mihai Eminescu o Ion Creangă, o a autores libaneses cuya obra hubiera alcanzado una relevancia internacional gracias a la influencia imperial de sus países. El idioma de esas naciones habría sido extendido, la narrativa literaria y la cultura cotidiana habrían estado permeadas por las historias, mitologías, tradiciones y perspectivas únicas de estos pueblos. Conceptos culturales, formas de ver el mundo y estilos de vida específicos de esas naciones habrían sido la norma en vez de la excepción. Me parece fascinante imaginar cómo, a partir de un cambio histórico así, la literatura de autores aparentemente "locales" podría haber alcanzado un nivel de universalidad. Obras que para nosotros son desconocidas hoy, serían las grandes epopeyas, los dramas existenciales o las comedias con las que generaciones de todo el mundo crecerían.

    Tras esta reflexión, se revelan como auténticas maravillas de la literatura mundial Don Quijote de la Mancha y El principito puesto que a ninguna de ellas se les puede atribuir parte de su éxito mundial e histórico a un impulso imperial. Igual de asombroso es que, si bien desde los inicios del cine, se estima que se han realizado más de 1.800 adaptaciones cinematográficas de las obras de William Shakespeare, siendo la primera de 1899, los siguientes en el ranking sean las del noruego Ibsen y del ruso Chéjov, con alrededor de 100 y 50 adaptaciones cinematográficas respectivamente.

    Por último, se me antoja alucinante que un país pequeñito como Italia, que nunca ha sido una potencia mundial como los grandes imperios de larga duración, lograra producir figuras literarias y culturales de un renombre internacional impresionante. Figuras como Dante, Petrarca, Boccaccio y más tarde figuras como Machiavelli y Leopardi, no solo son ampliamente conocidos, sino que marcaron un antes y un después en la literatura occidental. Además, La Divina Comedia de Dante Alighieri sigue siendo, setecientos años después de haber sido escrita, una de las cumbres de la literatura universal. Esta obra ha sido traducida, editada y estudiada durante siglos, y ha inspirado numerosas versiones y adaptaciones en diferentes formatos artísticos. ¿Cómo, entonces, de una región tan diminuta como Florencia surge una obra de tal calado internacional e histórico sin que haya habido un poder político, militar y económico detrás para impulsar su fama? Es por esto, además de por su calidad literaria, por lo que, personalmente, siempre la consideraré mi obra preferida, cumbre de la literatura mundial, por encima de cualquier otra obra habida y por haber. Termino, pues, dándole las gracias más sinceras y desde lo más profundo de mi corazón a mi padre, de forma póstuma, por haberme inculcado el amor por esta gran obra. Grazie papà.


*Nota al pie: Por suerte para todos, uno no debe elegir para descartar, sino que se puede quedar con todas las obras que quiera. Con este artículo no pretendo insinuar que habría que sustituir a un autor por otro en el ranking de los más grandes del mundo -como se ha sugerido en alguna crítica que he recibido. Shakespeare, sobra decirlo, estará siempre entre los más grandes. La superioridad de un grande frente a otro es lo que cuestiono, así como el motivo de su popularidad o falta de popularidad.

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