¿Cuántas palabras habré de escribir, querida conciencia mía, hasta cumplir tu objetivo? Y dime, ¿sabré reconocer ese momento cuando llegue? Y luego, ¿qué?, ¿descansarás en paz?
Perseguirá Aquiles la tortuga infinitesimalmente y no hallarás allí, en los tramos de esos trazos la satisfacción que ansías. ¿O acaso consideras que satisfacer mi ego es un culto obsceno a Paris? Sabes bien que todo héroe murió a manos de otro héroe salvo aquel que, juicioso, destacara por su astucia. Y si el oleaje del amplio océano puso fin a la vida de Odiseo es solo porque los textos del pasado se perdieron en la niebla del Hades. Quien algún día supo la verdad es hace eones ido ya.
Son los dedos de mis manos los cuernos poderosos de un ciervo sobre el fondo boscoso del teclado. Date cuenta de que al ojo del venado el bosque no se le oculta tras las palabras que escriben sus árboles. Así pues, dame una tregua, conciencia mía. Qué el galope sobre la fresca hierba no se vea interrumpido jamás por el dardo ponzoñoso de tu dedo acusador.
Es el arte un espíritu libre. Que su aspiración no quede confinada ni definan sus límites el pragmatismo del ser concreto, pues en el abstracto universo de los tonos es donde ha de residir para expandir su colorida armonía. Déjame, por tanto, crear en libertad; que sean los juicios de los postreros mis jueces y no tú.
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