Alienígenas y OVNIs, ¿qué opinas?

¿Existen los alienígenas? ¿De verdad hay extraterrestres visitándonos? ¿Son los OVNIs naves espaciales de otros planetas?

La pregunta, en mi opinión, está mal formulada. Como diría Cicerón, “cuando dudes, define”, por lo que lo primero sería aclarar qué entendemos por “alienígenas”:

¿Nos referimos a seres de otros planetas con forma humanoide, dotados de inteligencia superior, que viajan en naves espaciales y visitan la Tierra? ¿O simplemente a la posibilidad de vida extraterrestre en cualquier forma, incluso microbiana?

 1.  La idea del alíen

La idea de seres inteligentes en otros planetas es mucho más antigua de lo que cabría esperar. Es ya en el siglo II cuando Luciano de Samosata, en su obra Historia verdadera narra un viaje a la Luna donde los protagonistas encuentran seres humanoides en guerra con habitantes del Sol por la colonización de Venus.

En 1634, Johannes Kepler, en su obra Somnium, relata un viaje a la Luna habitada por seres sublunares, criaturas que han evolucionado en condiciones extremas. Se dividen en dos grandes grupos: los que viven en la cara visible y los que habitan la cara oculta. Los que viven en el lado iluminado por el Sol son pequeños, ágiles y resistentes al calor, mientras que los del lado oscuro son más grandes, con piel gruesa para soportar el frío.

Cuatro años después de la novela de Kepler, en 1638, Francis Godwin publica The Man in the Moone, en la que un español viaja a la Luna en una máquina voladora y encuentra una sociedad de gigantes.

Posteriormente, será Cyrano de Bergerac, en su libro Los Estados e imperios de la Luna, quien, en 1657, volverá a hablar de seres alienígenas. Se trata de una sátira filosófica que describe a los habitantes de la Luna como seres que someten a procesos inquisitoriales a quienes afirman que la Tierra está habitada.

Después será otro francés, J.-H. Rosny aîné quien, en 1887, escribió la obra Les Xipéhuz, en la que encontramos la primera forma alienígena que no tiene rasgos humanos, sino que se trata de seres cristalinos capaces de cambiar de forma describiendo formas geométricas, con lenguaje propio y comportamiento incomprensible para los humanos, que se comunican mediante patrones de luz.

Llegará entonces la archi famosa obra de H. G. Wells, La guerra de los mundos, en 1898. Wells introduce a los marcianos como invasores tecnológicamente superiores, con tentáculos y armas destructivas.

Ya en el siglo XX, en 1933, Gustav Sandgren describe a los extraterrestres como seres de baja estatura, piel gris, cabezas grandes y ojos oscuros, anticipando la imagen popular de los "grises".

2. La evolución de la imagen del alienígena

Durante gran parte del siglo XX, los alienígenas eran imaginados de muchas formas diferentes, pero casi siempre con aspectos monstruosos y rasgos grotescos, muchas veces procedentes de Marte, la Luna o Venus. Estas imágenes fueron popularizadas por revistas pulp y seriales de ciencia ficción.

Será a partir de los años 80 cuando se consolida la figura “oficial” del alienígena:

  • Cuerpo delgado y alto
  • Cabeza desproporcionadamente grande
  • Ojos almendrados y negros
  • Piel gris o verde y brillante
  • Ausencia de vello y rasgos faciales mínimos

Esta estandarización coincide con la consolidación de la imagen del “Grey alien” en cine y televisión, con películas como Encuentros en la tercera fase (1977) y Communion (1989).

3. Una proyección de la teoría de la evolución

¿Tiene sentido pensar que esta imagen es una proyección cultural de la evolución darwiniana? Sí. Desde mediados del siglo XX, especialmente tras el auge del darwinismo y su divulgación en la cultura popular, se desarrolló la idea del humano del futuro (post-human evolution). Según esta hipótesis:

El cerebro seguiría creciendo, produciendo un cráneo más grande.

El cuerpo perdería rasgos considerados “innecesarios”, por lo que sería sin vello, sin orejas externas prominentes, sin puente nasal.

La boca se reduciría, debido a una alimentación no masticada y a la menos comunicación oral.

La piel se volvería uniforme, sin pigmentación ni imperfecciones, proporcionándole un aspecto liso y pálido o grisáceo.

El cuerpo se volvería más frágil, adaptado a un entorno tecnológico y sin esfuerzo físico, por lo que presentaría extremidades delgadas y un aspecto casi andrógino.

Esta idea aparece, por ejemplo, en 1930, en la obra de Olaf Stapledon, Last and First Men, donde se describe la evolución de la humanidad hacia formas cada vez más cerebrales y etéreas.

Como explica Pascal Boyer en Religion Explained, el ser humano tiende a aplicar esquemas conocidos a lo desconocido. La idea de que un ser más avanzado debe tener más cabeza, menos cuerpo, menos necesidad de comunicación verbal, ausencia de pelo y órganos prescindibles… es coherente con una extrapolación de nuestra evolución.

La hipótesis tiene fundamento psicológico y antropológico: imaginamos lo desconocido a partir de lo que conocemos. Como dice Steven Pinker, la evolución no tiene una dirección predeterminada, pero la mente humana sí tiende a buscar patrones teleológicos y explica que nuestras expectativas de inteligencia avanzada suelen estar ligadas a la expansión cerebral y la gracilidad física (menos fuerza bruta, más cerebro).

4. El antecedente histórico: los demonios

Pero el ser humano ya ha pasado por esto antes. Pensemos en la figura del demonio. Hasta llegar a la figura que más se pinta a finales de la Edad Media y se convierte en el símbolo del mal en la Edad Moderna y Contemporánea, el demonio ha pasado por una enorme transformación. El imaginario colectivo lo representaba de formas muy distintas: En los primeros siglos del cristianismo, el demonio era representado como un ángel caído, manteniendo su belleza original, pero con un aire de tristeza o desafío. Esta imagen enfatizaba su origen celestial y su rebelión contra Dios. La representación grotesca y aterradora del demonio comenzó a consolidarse en la Edad Media, cuando la Iglesia utilizó el arte como un medio para infundir miedo. Tertuliano, un teólogo del siglo III, describió al diablo como el "mono de Dios", una imitación grotesca de la divinidad. Esta idea influyó en los artistas medievales, quienes lo representaban con rasgos exagerados para contrastarlo con la imagen de Cristo. Con la llegada de los musulmanes a la Península Ibérica, en el siglo VIII, la imagen del demonio empezó a copiar características de la monstruosidad con la que se presenta en el Corán. Y ya en el siglo XII, las representaciones del Juicio Final mostraban a Satanás y los ángeles caídos transformándose en seres monstruosos mientras descendían al infierno. Sus alas angelicales se convertían en alas de murciélago, sus rostros se deformaban y adquirían garras y colas, hasta llegar a la figura tan común del demonio de hoy en día:

  • Pezuñas de cabra
  • Cuerpo cubierto pelo
  • Alas de murciélago
  • Cuernos
  • Mirada maliciosa

La imagen del demonio, como la del alienígena, se fue codificando según la época, sus temores, su moral y sus límites culturales. Sabemos que la mente humana tiende a antropomorfizar lo desconocido, aplicando categorías conocidas a lo que no comprende, incluso al concebir inteligencias no humanas.

Así, la imagen del alíen como humanoide superior es, en cierto modo, un reflejo evolucionista secular del “ángel cristiano” y lo opuesto al demonio: una figura sin imperfecciones físicas, superior en intelecto, y ajena a las pasiones terrenales. Es decir, un reflejo de la culminación del proceso evolutivo imaginado por nosotros mismos.

5. ¿Qué dice la ciencia?

Carl Sagan y Stephen Hawking mencionaron que, si existiera vida inteligente extraterrestre, no tendría por qué parecerse en absoluto a los humanos, y que la imagen del “gris” no responde a la lógica biológica universal.

Por otro lado, Neil deGrasse Tyson ha hablado en varias ocasiones sobre la posibilidad de vida extraterrestre. Uno de sus planteamientos más llamativos es la idea de que los humanos podrían ser parte de una simulación alienígena. Según Tyson, si existieran civilizaciones mucho más avanzadas que la nuestra, podrían haber creado un mundo simulado en el que vivimos sin darnos cuenta, alegando que su inteligencia podría ser tan superior que nuestros científicos más brillantes serían comparables a sus niños pequeños.

Por último, Stephen Hawking pensaba que si una forma de vida extraterrestre viajaba hasta nuestro planeta, no sería con buenas intenciones.

6. Conclusión: ¿creencia o evidencia?

La idea de alienígenas que nos visitan, en un mundo lleno de cámaras, me resulta más una cuestión de ciencia ficción que de realidad. Tal vez sea una nueva creencia, una nueva religión para la era científica. Y como toda religión, es inmune a la razón.

Podemos imaginar alienígenas, podemos desear que existan… Pero pruebas claras de su existencia, de momento no hay, y hasta entonces, lo más honesto es reconocerlo. Porque como diría Sagan: “La ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia… pero sí es motivo para la duda.”

Y ¿qué decir de los OVNIs o UAPs? Mi opinión personal me la reservo. Lo que importa aquí no es lo que yo crea, sino lo que dicen los hechos. Así que, vamos a repasar datos, historia y lógica.

7. Breve historia del fenómeno OVNI

La idea de alienígenas está íntimamente relacionada con el fenómeno OVNI, y las evidencias de lo que hoy llamamos OVNIs, Objetos Voladores No Identificados, aparecen de forma sistemática en la prensa a partir de 1947, cuando el piloto Kenneth Arnold reportó haber visto nueve objetos volando a gran velocidad cerca del Monte Rainier, en el estado de Washington. Fue él quien comparó su movimiento con “platillos saltando sobre el agua”, lo que dio origen al término “platillo volante”. Ese mismo año, apenas unas semanas después, ocurrió el famoso incidente de Roswell, en Nuevo México. Se reportó la caída de un objeto no identificado, que las autoridades militares primero describieron como un “platillo volante”, para luego corregir diciendo que se trataba de un globo meteorológico. Este giro alimentó las primeras teorías de encubrimiento oficial por parte del gobierno estadounidense.

8. ¿Y antes de 1947?

Aunque el fenómeno OVNI moderno empieza ahí, hay descripciones anteriores que podrían considerarse proto avistamientos:

En 1561, se documentó un extraño evento celeste sobre Núremberg, Alemania, con formas cilíndricas y esferas descritas en grabados.

En 1897, varios periódicos estadounidenses reportaron un “dirigible misterioso” cruzando los cielos.

También está el célebre caso del “Airship” de Aurora (Texas), en el que incluso se decía que un humanoide murió en el impacto y fue enterrado.

Pero estos relatos, más que pruebas, son reflejo de los temores y fantasías tecnológicas de su tiempo.

9. ¿Por qué no hay pruebas claras?

Y así llegamos a la gran pregunta: si existen, ¿por qué no hay pruebas inequívocas? Veamos qué nos dicen las evidencias.

Por el momento, no hay evidencias claras de que hayan visitado nuestro planeta; todas las evidencias que hay son siempre borrosas, confusas, desenfocadas. Esto, hace 50 años, no sería nada extraño, pero hoy en día, con más de 7.000 millones de móviles, con cámaras HD, satélites, telescopios, cámaras de vigilancia y drones, sin contar con los aficionados a la astronomía, los especialistas en ufología, los observatorios astronómicos, los meteorológicos y los satélites... ya no se explica por qué no hay ni una sola evidencia clara, diáfana, incuestionable y que no suscite dudas ni resulte ambigua.

Bastaría solo una. Piénsenlo. Solo una foto o video que mostrara una imagen nítida, irrefutable, sería suficiente para demostrar que los alienígenas existen y nos visitan. Una bastaría. Una sola prueba clara bastaría. Una imagen nítida, no ambigua, que no dé lugar a dudas. Pero no la hay. Todas son confusas, pixeladas o dudosas. Como decía Carl Sagan: “Afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias”.

Un estudio independiente de la NASA concluyó que no hay evidencia que indique que los fenómenos aéreos no identificados (UAPs, por sus siglas en inglés) sean de origen extraterrestre. El informe destaca la necesidad de datos de mayor calidad y mejor calibración para avanzar en la comprensión de estos fenómenos. Un informe exhaustivo del Pentágono, de la Oficina de Resolución de Anomalías en Todos los Dominios – AARO, analizó avistamientos de OVNIs desde 1945 y concluyó que la mayoría de ellos eran malinterpretaciones de objetos o fenómenos comunes. No se encontró evidencia de visitas extraterrestres ni de tecnología alienígena.

10. ¿Y si el gobierno lo oculta?

Algunos creen que la NASA o el Pentágono están ocultando la verdad.

Es cierto que en años recientes el Departamento de Defensa de EE. UU. ha desclasificado vídeos que muestran fenómenos aéreos no identificados. En 2020 y 2021, el UAP Task Force reconoció que hay objetos que no pueden explicar… pero también dijeron claramente que no hay evidencia de que se trate de tecnología extraterrestre.

Además, como explican expertos como Mick West, muchas de estas imágenes tienen explicaciones ópticas o tecnológicas (parallax, aberración, etc.).

La falta de transparencia no implica automáticamente la existencia de alienígenas. A veces lo que se oculta es simplemente tecnología militar experimental. Piensen que el Black Bird, antes de ser reemplazado por los satélityes espía y los aviones de la siguiente generaci´çon es un avión que nos parece totalmente futurista hoy en día, pero que se diseñó en los años 60; y no se dio a conocer al púiblico hasta los años 80!

De hecho, mientras grababa este vídeo me llegó la noticia de que China mostraba públicamente su nuevo avión de combate, el J-36, un prototipo de avión de combate de sexta generación que presenta un diseño sin cola y una configuración de ala en delta doble, lo que mejora su capacidad furtiva al reducir la firma de radar. Además, cuenta con tres motores, lo que le proporciona mayor empuje y autonomía para misiones de largo alcance.

11. Conclusión: ¿creencia o evidencia?

Creer en alienígenas que nos visitan, en estas condiciones, es una creencia. Una nueva religión para la era científica. Y como toda religión, es inmune a la razón.

Podemos imaginar alienígenas, podemos desear que existan… Pero hasta que no tengamos una sola prueba clara, no hay evidencia de que estén aquí. Lo más honesto es reconocerlo. Porque como diría Sagan: “La ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia… pero sí es motivo para la duda.”

Los bulos y las pirámides de Giza

Cuando vi este video me quedé sorprendido y me intrigó desde el principio. En el video se comparte "el descubrimiento" de que las sombras de las tres pirámides subsidiarias de la Gran Pirámide de Keops se proyectan sobre su fachada este al amanecer, y lo hacen de tal manera que servirían para mostrar cuándo se está en cada una de las estaciones; así, a modo de calendario solar, en el solsticio de invierno solo se proyectaría una sombra; en el de verano las tres; y en los equinoccios solo dos de las pirámides subsidiarias. Esto me fascinó. Lo que pasa es que, y a pesar de que quien presenta el vídeo no es una persona de la que pueda dudar en absoluto de su divulgación científica, estoy tan acostumbrado a que se le atribuyan prodigios de todo tipo a las pirámides de Giza, que no pude confiar al 100% directamente. Por eso, decidí llevar a cabo un experimento a escala.



Empecé por trazar el plano del complejo de Keops sobre un papel, respetando las dimensiones reales de las pirámides y su relación geométrica con el amanecer en los equinoccios y solsticios. Esto no es nada difícil hoy en día, puesto que se puede descargar de internet sin problema. Yo elegí un plano que representaba las pirámides subsidiarias con una base de 30 mm, la primera, y 33mm las otras dos, para que me fuera fácil de manejar.

En la maqueta proporcional, representé la fachada este de la Gran Pirámide con su inclinación exacta de 51°, asegurándome de que la escala fuera precisa. Modelé en arcilla las tres pirámides subsidiarias de manera rudimentaria, pero ajusté sus dimensiones de base y altura fielmente a escala, que es lo importante. Calculé la línea de salida del sol en el horizonte, estableciendo una distancia angular de 40°, lo que equivale a 6 cm en la maqueta. Para la prueba, coloqué una fuente de luz simulando la salida del sol en los solsticios y equinoccios. Pero los resultados fueron decepcionantes para mí.

Los resultados revelaron que la tercera pirámide, ubicada más al sur, no proyecta su sombra sobre la cara este de Keops en ningún escenario realista. Incluso ajustando la posición del sol dentro de los límites astronómicos posibles en Giza, su sombra nunca alcanza la Gran Pirámide. Para que lo hiciera, tendríamos que desplazar la salida del sol mucho más allá del solsticio de invierno, invalidando la hipótesis del vídeo. Las sombras de las dos primeras pirámides sí alcanzan la Gran Pirámide en determinadas configuraciones, pero la tercera queda fuera del alcance proyectado.

En conclusión, mi pequeño experimento demuestra que la hipótesis viral sobre las sombras de las pirámides de Giza no se cumple en la realidad. Este hallazgo refuerza la importancia de validar las afirmaciones antes de aceptarlas como hechos históricos. La arquitectura de Giza sigue siendo un misterio fascinante, pero no todas las teorías populares resisten la prueba de la evidencia.

A esto me respondió un seguidor, con buen criterio, que con una app como ShadeMap, él veía dos sombras el 22 de septiembre y tres el 21 de diciembre, añadiendo que “tocan poco, pero es que hoy tienen la mitad de altura”. Me pareció un excelente apunte. Además, en mi experimento inicial utilicé una maqueta con luz de una linterna con lupa, y otro seguidor sugirió una duda importante: ¿y si la linterna no generaba luz paralela como la del Sol? Esa diferencia podría alterar completamente las proyecciones de las sombras. Y como NO me interesa “tener razón”, sino acercarme lo máximo posible a los hechos, decidí seguir investigando. Así que decidí realizar un nuevo experimento casero, esta vez usando una fuente de luz diferente y lo más colimada posible para acercarme más a la obtención de rayos paralelos, como los del Sol, simulando condiciones más fieles.

El truco casero para simular luz solar paralela que usé fue el de colocar un foco de luz LED sin lámpara a una distancia de 3 metros y puse un cartón negro con un pequeño orificio de 1 mm delante de la linterna. Eso redujo el haz de luz e hizo que los rayos que pasaban fueran más paralelos. El resultado fue el mismo. 

Aún así y con todo, no me quedé satisfecho al 100%, por lo que decidí apelar a la iA. Chat GPT y Gemini 2.5 pro coincidieron en sus valoraciones. Al repasar mi experimento frente a lo que planteó mi interlocutor, que usó ShadeMap, una app de simulación digital de sombras, cabe destacar que las pirámides subsidiarias han perdido prácticamente toda su altura, lo que afecta la longitud de sombra. Pero en mi primera maqueta les di el doble de la altura original, y en esta segunda simulación les di la altura más realista y originales. Por tanto, si con más altura aún no proyecta sombra, menos lo hará en la realidad actual.

Además, incluso yendo a mayores extremos de los ángulos de salida solar, la sombra de la pirámide subsidiaria más al sur no se llega a proyectar sobre la cara este de Keops. Según Chat GPT, mis conclusiones son sólidas, porque:

a) se basan en una reconstrucción proporcional con los datos originales,

b) aplico principios geométricos claros, y

c) el margen de error está limitado por mi fidelidad a escala y ángulos astronómicos.

Por último, decidí probar con cálculos sobre el papel, y para eso también recurrí a la iA, en este caso a Gemini 2.5 Pro., y sus resultados me fueron favorables.

Por supuesto estoy dispuesto a que mis resultados se pongan a prueba o sean refutados por mejores datos o métodos. Gracias a los usuarios que comentaron, sus aportes me llevaron a investigar aún más. Sigo abierto a correcciones, datos y nuevas pruebas. Porque lo apasionante de la historia y la ciencia es que no se trata de creer, sino de verificar. Ahora bien, esto sirve como recordatorio de que sobre la arquitectura de Giza se pueden realizar tantas especulaciones geométricas, matemáticas y astronómicas como el ingenio y la imaginación humana sea capaz, pero no quiere decir que sean ciertas. Y para prueba un botón -o dos.

A finales de los años 1990, Gilbert y Bauval presentaron una hipótesis que fascinó al mundo entero. Sus libros se vendieron en todos los idiomas y sus reportajes los hicieron famosos. Esta hipótesis pretendía que las pirámides están representando en la Tierra la constelación de Orión.  Cuando yo leí la hipótesis, inmediatamente algo me chirrió; no sabía qué era, pero algo no me cuadraba, y tal vez se debiera al hecho de que estaba acostumbrado a hablar de astronomía con mi hermano mayor, que es astrofísico, y con mi padre, que era químico, y los conceptos más básicos los conocía bien.

En aquellos días solía acudir a un descampado enorme que se hallaba cerca de donde vivíamos para contemplar el cielo estrellado, y me imaginaba que era un gigante y que podía contemplar desde lo alto el emplazamiento de las pirámides de la IV dinastía. Incluso tracé un surco amplio y relativamente profundo para que me sirviese de Nilo. Hice con un poco de cartulina las diferentes pirámides, todas ellas guardando sus proporciones en relación a una escala que yo le había dado, y las colocaba cada noche cerca del surco—Nilo, en el lugar donde deberían estar en la realidad. De este modo, podía desplazarme con pasos de gigante y observar a vista de pájaro desde la pirámide de Zawyet el-Aryan, hasta las de Dahshur, pasando por encima de Giza, al tiempo que contemplaba sobre mi cabeza la gran constelación de Orión. Pronto descubrí qué era lo que me hacía dudar de la teoría de Bauval.

La constelación de Orión es una de las más bellas y fáciles de reconocer de firmamento del hemisferio Norte. Imponente, se extiende en el cielo desplegando con claridad su cuerpo etéreo, conformado por más de cuarenta estrellas que dibujan una silueta robusta de un hombre con cinturón caído en un lado, por el peso de la espada que lleva colgada, y que con un brazo extendido sostiene un arco que está tensando. Si bien está compuesta por más de cuarenta estrellas, a ojo desnudo el hombre puede reconocer fácilmente unas catorce.

Pero Bauval reduce la constelación a siete estrellas, para que le cuadre con su hipótesis de hacerlas coincidir con las pirámides de la Dinastía IV. El problema es que las pirámides de la Dinastía IV son más de siete, y encima, de todas ellas, Bauval se queda solo con cinco. Y para más consternación mía, en su hipótesis les asigna a algunas pirámides la correspondencia con la constelación de Orión y a otras con las Híades, en la constelación de Tauro, una constelación que nada tiene que ver con Orión. Pero, así y todo, decidí jugar a su juego y ver si cuadraba realmente.



La constelación de Orión tomada por Bauval está formada por las estrellas Betelgeuse, Bellatrix, Mintaka, Alnilam, Alnitak, Saif y Rigel; las pirámides que conformarían dicha constelación en la Tierra serían Zawyet el-Aryan, Keops, Quefrén, Mikerinos y Abu Rawash, correspondiendo del siguiente modo:

Keops — Alnitak

Quefrén — Alnilam

Mikerinos — Mintaka

Abu Rawash — Saif

Zawyet el-Aryan — Bellatrix

Dejando a un lado, por el momento, el juego tramposo de escoger las pirámides que le vienen mejor, si nos centramos solo en la relación entre las tres pirámides de Giza y el cinturón de Orión, que es lo que supuso el punto de partida de la hipótesis, veremos que la correlación también está forzada. Bauval dice que el tamaño de las pirámides corresponde al tamaño aparente de las estrellas, y no, no es cierto: las pirámides de Giza van de menor a mayor tamaño en línea recta, siendo la de Keops la mayor, la de Mikerinos la menor, y la del centro, Quefrén, la de tamaño mediano (pero muy parecida en tamaño a la de Keops). Sin embargo, en el cinturón de Orión, la estrella de mayor magnitud aparente es precisamente la que ocupa la posición central, es decir, la que correspondería a Quefrén.

La magnitud aparente de Alnilam es de 1.70, frente a los 2.23 de Mintaka y los 2.05 de Alnitak. Estas magnitudes son medidas astronómicas, y cuanto mayor el número, menor el brillo de la estrella. Esto, además, pone de manifiesto que la relación de tamaños entre sí no corresponde tampoco, porque en Giza hay dos pirámides grandes y muy parecidas entre sí, y una mucho más pequeña, mientras que en el cinturón hay dos estrellas pequeñas y una más grande.

La relación del cinturón de Orión con sus cuatro “extremidades” esto es, las estrellas que conforman los hombros izquierdo y derecho, y las que conforman las rodillas izquierda y derecha (o bien los talones) no corresponde a la relación que hay entre las pirámides de Giza y la de Abu Rawash y la de Zawyet el-Aryan, como nos quiere hacer creer Bauval, porque si pasamos un mapa estelar a una escala que muestre la extremidad inferior de Orión, la estrella Saif, a una distancia de 55 milímetros de la estrella más baja del cinturón, Alnitak, y lo comparamos con un mapa que separe también a 55 milímetros las correspondientes pirámides, es decir, Abu Rawash y Keops, veremos que, mientras en el mapa estelar el Cinturón se inclina hacia arriba, en el mapa de las pirámides se inclina hacia abajo, y con una notable diferencia; en segundo lugar, en el mapa estelar la distancia entre la extremidad superior y el Cinturón, es decir, entre Bellatrix y Mintaka, es de 50 milímetros, mientras que en el plano de las pirámides, la distancia entre las correspondientes Zawyet el-Aryan y Mikerinos, es de 31 milímetros. Esto quiere decir que, si la proporción entre ambos mapas se mantiene entre el Cinturón y una de las extremidades, no se mantiene entre éste y cualquier otra de ellas. Es decir, que el parecido entre la constelación de Orión y el plano de las pirámides de la Dinastía IV no llega a ser más que eso un simple parecido. No es algo tan matemático como lo pretende mostrar Bauval. 

En definitiva, la relación entre el cinturón de Orión y las pirámides de Giza no es otra que la de ser tres estrellas y tres grandes pirámides a la vista. Bauval escoge las estrellas que le cuadran más para correlacionarlas con pirámides, pero su juego es completamente arbitrario, pues a tres de las pirámides más grandes, como son las de Snefru, en Dahshur, las relaciona con estrellas de otra constelación y de magnitud aparente mucho menor de lo que le correspondería si estamos a lo que ocurre con las de Giza y el cinturón de Orión. La Pirámide Roja tiene una base de 185 m2, y la correlaciona con la estrella Ain, que tan solo tiene una magnitud aparente de 3.53, lo que quiere decir que es prácticamente imperceptible al ojo humano, y dentro de las Híades hay estrellas mucho más brillantes. ¿Por qué los egipcios representarían, precisamente, una de las menos visibles? Y, además, empleando para ello una pirámide mucho más grande que la que han empleado para representar una estrella mucho más brillante como es Alnitak en el cinturón de Orión.

En definitiva, comprobé rápidamente, a con tan solo 23 años de edad y sin medios a mi alcance, que Bauval había forzado las relaciones para que cuadrara su hipótesis. Pero para entonces, este ingeniero y escritor, ya se había convertido en best seller. Basar una teoría sobre meras coincidencias es lo que ha llevado a cientos de investigadores, y de esotéricos, a cometer grandes errores. Como ya he dicho antes, esto sirve como recordatorio de que sobre la arquitectura de Giza se pueden realizar tantas especulaciones geométricas, matemáticas y astronómicas como el ingenio y la imaginación humana sea capaz, pero no quiere decir que sean ciertas.

Y para demostrarlo, he desarrollado una teoría basada, precisamente, en correlaciones astronómicas y astrofísicas. La he denominado 

LA TEORÍA DE LA MAQUETA PLANETARIA

¿Y si los antiguos egipcios conocían los secretos del cosmos mucho antes que nosotros? Lo que estás a punto de descubrir cambiará todo lo que creías saber.

Las Pirámides de Giza… ¿una maqueta a escala del Sistema Solar?

Durante siglos, los arqueólogos han estudiado estos colosales monumentos, pero nadie había notado una conexión inquietante con los planetas rocosos… hasta ahora.

LAS PRUEBAS SON IRREFUTABLES

Mercurio, Venus y la Tierra: tres planetas cuya relación matemática y proporción coincide exactamente con la disposición de Keops, Quefrén y Mikerinos.

Los tres primeros planetas del sistema solar son Mercurio, Venus, y la Tierra.  Sus tamaños van de menor a mayor, siendo el radio de la Tierra de 6.378 kilómetros, el radio de Venus de 6.051 kilómetros, y el radio de Mercurio de 2.442 kilómetros. Siendo la Tierra el mayor planeta de los tres, podemos decir que, Venus es 0,9 veces el tamaño de la Tierra, y Mercurio es 0,4 veces este tamaño. Expresado de modo matemático:

r Tierra = 6.378 Km factor 1;

r Venus = 6.051 Km f 0,9;

r Mercurio = 2.442 Km f 0,4.

Pues bien, las tres pirámides de Giza guardan entre sí la misma proporción: la pirámide de Keops tiene una base de 230 metros cuadrados, la de Quefrén tiene una base de 214,5 metros cuadrados, y la de Mikerinos de 105 metros cuadrados. Si tomamos la pirámide más grande como factor de escala uno, como hemos hecho con la Tierra y los otros dos planetas, resulta que Quefrén es 0,9 veces el tamaño de Keops y Mikerinos es 0,4 veces Keops.

Expuesto en modo matemático, es así:

Keops = 230 m2 factor 1;

Quefrén = 214,5 m2 f 0,9;

Mikerinos = 105 m2 f 0,4.

Las cifras hablan por sí solas: Sus bases guardan las mismas proporciones que los diámetros de los planetas. Como vemos, entonces, Keops guarda la misma proporción con Quefrén que la Tierra con Venus, y la misma proporción con Mikerinos que la Tierra con Mercurio.

Esto podría indicar que los egipcios representaron las medidas de la Tierra con la pirámide de Keops; las de Venus con la de Quefrén; y las de Mercurio, con la de Mikerinos.

 

En otras palabras:

La pirámide de Keops representa a la Tierra. La pirámide de Quefrén refleja las proporciones de Venus. La pirámide de Mikerinos se alinea perfectamente con Mercurio.

A esto hay que sumarle el no menos despreciable factor de que las pirámides están dispuestas en el mismo orden. Y esta evidencia me hizo preguntarme si los egipcios no habrían representado también las distancias entre los planetas. Y, para mi mayor asombro, resulta que sí, que las tres pirámides están, proporcionalmente, a la misma distancia entre sí que los tres planetas. Veámoslo:

Sus distancias entre sí reflejan las distancias orbitales al Sol.

Si trazamos un punto arbitrario en el desierto—lo llamaremos P—y medimos las posiciones de las pirámides, obtenemos algo inexplicable:

 ¡Las distancias entre ellas son EXACTAMENTE proporcionales a las distancias de los planetas al Sol!

La distancia de la Tierra al Sol es de 152 millones de kilómetros; la distancia de Venus al Sol es de 106 millones de kilómetros; y la distancia de Mercurio al Sol es de 56 millones de kilómetros.

Como para el caso de las pirámides no disponemos de un punto inicial de dónde medir la distancia, como es el Sol en el caso de los planetas, para trazar nuestra línea, fijemos un punto, que llamaremos P, de un modo totalmente arbitrario. Si, con centro en P trazamos circunferencias concéntricas, a modo de órbitas, que pasen por el centro de la base de las tres pirámides o su cúspide, resulta que los radios de estas circunferencias, que denominaremos rK, rQ, y rM, mantienen la misma proporción entre sí que la proporción entre las distancias de los tres planetas (Tierra, Venus, Mercurio) al Sol, distancias que denominaremos DT, DV, y DM. Expresado en términos matemáticos:

rQ / rK = DV / DT ; y rM / rK = DM / DT .


Si cogemos un plano de las pirámides de Giza a escala y sobre él trazamos la línea antes citada, en dirección Suroeste, y sobre ésta colocamos el punto P a una distancia de 152 milímetros (desde la cúspide, o centro de la base de la pirámide de Keops), para que en términos numéricos la comparación resulte igual a la distancia real que hay desde la Tierra al Sol (152 millones de kilómetros), veremos que, la pirámide de Quefrén quedará a una distancia de 101 milímetros del punto P, y la de Mikerinos a una distancia de 56 milímetros de P.

Por tanto, como vemos, resulta que las distancias son proporcionalmente iguales a las de las pirámides.

Puesto de un modo más sencillo, vemos que:

Tierra-Sol=152 M Km; Keops-P=152 mm

Venus-Sol=106 M Km; Quefrén-P=101 mm

Mercurio-Sol=56 M Km; Mikerinos-P=56 mm.

Las distancias son exactas.

Y si esto te parece sorprendente… ¡prepárate para el siguiente dato!

Resulta que los egipcios también respetaron las masas de cada planeta, reproduciéndola en las pirámides correspondientes. Así, vemos que la pirámide de Keops tiene una masa de 6,18 millones de toneladas; Quefrén de 5,28 millones de toneladas; y Mikerinos tiene una masa de 0,57 millones de toneladas. Esto quiere decir que, tomando otra vez la pirámide de Keops, por ser la mayor, como punto de comparación, Quefrén es 0,8 veces Keops en tonelaje, y Mikerinos es 0,09 veces Keops en tonelaje. Otra vez vemos que los planetas guardan la misma relación y proporción entre sí que las pirámides, ya que, la masa de la Tierra es de 5,9733x1024 Kg, y Venus es 0,8 veces la masa de la Tierra, y Mercurio es 0,06 veces la masa de la Tierra. Vemos, pues, que la masa de la Tierra viene representada por la masa de la pirámide de Keops; la masa de Venus viene representada por la de Quefrén; y la de Mercurio por la de Mikerinos.

LAS MASAS DE LAS PIRÁMIDES REPRODUCEN LAS MASAS DE LOS PLANETAS

Keops, Quefrén y Mikerinos tienen la misma relación de masa entre sí que la Tierra, Venus y Mercurio. ¿Casualidad? ¿O conocimiento oculto que la historia ha ignorado?

¿Qué sabían los egipcios sobre el Sistema Solar? ¿Quién les transmitió este conocimiento? ¿Y qué más podrían haber dejado oculto en sus construcciones?

Lo que hemos descubierto aquí desafía todo lo que nos han enseñado. La historia oficial puede estar equivocada…

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Te he mostrado un análisis sorprendente, basado en números reales y proporciones exactas.

Pero aquí está la verdad: nada de esto prueba que los egipcios tuvieran conocimientos avanzados sobre el Sistema Solar. ¿Cómo es posible?

Porque cuando buscamos patrones, nuestra mente juega un papel fundamental. Los seres humanos estamos programados para encontrar conexiones donde, en realidad, no las hay.

Sí, las cifras son correctas. Pero no, las proporciones no coinciden, o no lo hacen necesariamente. Por ejemplo, para las distancias de los planetas las medidas que uso no son mentira, son las cifras reales; la mentira está en el hecho de que los planetas en sus órbitas excéntricas no están siempre a la misma distancia. Además, escogí la distancia que las pirámides guardan entre sí de cúspide a cúspide, pero no de lado a lado. Es un truco hábil que resulta convincente porque propone datos reales, aunque la propuesta sea falsa.

De hecho, con suficientes números y creatividad, podemos hacer que casi cualquier conjunto de estructuras encaje en una teoría sorprendente. Si quisiéramos, podríamos encontrar patrones entre los rascacielos de Nueva York y los átomos de un cristal de hielo.

Este experimento demuestra lo fácil que es fabricar una historia aparentemente irrefutable. Para este mokumentary, he utilizado las estrategias propias de los reportajes sensacionalistas de alienígenas y civilizaciones super desarrolladas del pasado. Estos programas sensacionalistas suelen utilizar estrategias lingüísticas y psicológicas diseñadas para captar la atención, mantener el interés y reforzar la sensación de credibilidad, aunque los argumentos sean más especulativos que científicos.

Entre sus tácticas, es común ver:

1.       Repetición de frases clave. Frases como: "Esto podría cambiar la historia tal y como la conocemos" o "Los expertos no pueden explicarlo... pero aquí está la prueba" son un buen ejemplo.

2.       Uso de términos misteriosos o impactantes: Expresiones como "prueba irrefutable", "descubrimiento que lo cambia todo" o "lo que la ciencia no quiere que sepas" generan curiosidad y emoción. 

3.       Interrogación retórica: Preguntas como "¿Y si todo lo que sabemos fuera una mentira?" o "¿Es posible que nos hayan estado engañando todo este tiempo?"

4.       Apelación a la autoridad: Se presentan testimonios de "expertos" cuya credibilidad puede ser discutible, pero que aportan una apariencia de legitimidad. "Los estudios demuestran que..." o "Según cálculos precisos, esto es irrefutable" o "La evidencia sugiere que estamos ante un hallazgo sin precedentes."

5.       Narrativa envolvente: La historia se cuenta de forma intrigante y con un ritmo que mantiene la atención constante, como en un thriller.

Todo esto es parecido a técnicas de marketing, publicidad y propaganda, porque busca generar un impacto emocional antes que una reflexión racional. La clave está en que nuestro cerebro tiende a recordar mejor lo que nos genera emoción, más que lo que nos exige análisis crítico.

Esas frases son clave en el lenguaje sensacionalista. Frases impactantes y llamativas como:

"Los análisis detallados han comprobado que..."

"Los investigadores han quedado atónitos ante esta revelación."

Preguntas retóricas para sembrar duda

"¿Y si todo lo que sabemos fuera una mentira?"

"¿Podría esto ser la clave para entender nuestro pasado oculto?"

"¿Es posible que las civilizaciones antiguas tuvieran conocimientos que aún hoy no comprendemos?"

"¿Por qué nadie habla de esto?"

Refuerzo de misterio y emoción

"Un enigma que ha desconcertado a los científicos durante décadas."

"Las pruebas son claras, pero ¿por qué nadie lo ha investigado antes?"

"Esto desafía todo lo que creíamos saber."

En el caso de la Teoría de la maqueta planetaria, hay que empezar por decir que el primer error sería el de llamarla “teoría” en lugar de “hipótesis”, pero “teoría” vende más.

En segundo lugar, la hipótesis es falsa por que, simplemente, lo que hago es falsear, sin mentir, los números que uso; es decir, decido escoger los números que me sirven para mi propuesta y desecho los que no me sirven. De este modo, todo cuadra de manera que lo hace parecer realista y sensacional.

Por eso, programas como estos pueden ser entretenidos, pero siempre es bueno verlos con una dosis de escepticismo. Ahora que lo sabes, ¿qué otras "verdades" podrían ser solo una ilusión?

Moraleja: No todo lo que suena convincente es cierto. La próxima vez que veas una teoría impactante en Internet… pregúntate: ¿Hay pruebas reales, o solo conexiones circunstanciales? ¿Estamos viendo un patrón legítimo, o nuestra mente nos está engañando?

En defensa del conocimiento

 

Decir que 1 + 1 es 3 es mentir. Que 1 + 1 es igual a dos no es cuestión de opiniones. 1 puede creerse en el derecho de poder discrepar, de tener el derecho a opinar lo contrario, pero no, no tiene derecho porque no se trata de una opinión, no es algo opinable que 1 + 1 es igual a dos. Bertrand Russell dedicó cientos de páginas a ello, a explicar por qué 1 + 1 = 2. La información está ahí. Pero es que además existe la aplicación empírica de que 1 + 1 es 2 y esa aplicación tiene resultados que funcionan allá donde se ponga a prueba, en todas partes y en todos los tiempos, continuamente y sin fallar ni una vez. Por eso se puede decir que 1 + 1 es 2 y decir lo contrario es mentir. No es cuestión de fe ni de creer o no creer ni de adoctrinamiento. Es una verdad incuestionable y ubicua.


Decir que Francisco Franco murió en 1985 es mentir. Además de los médicos que lo asistieron, de los familiares y de los cientos de miles de personas que lo vieron en el ataúd, existen los registros oficiales y los periódicos nacionales y extranjeros que lo atestiguan. No se puede decir que se opina lo contrario. Decir que Franco murió en cualquier otro año que no sea 1975 es mentir y no se lo puede considerar otra cosa que una mentira. Esto tampoco es una cuestión de opiniones o de ideas divergentes.

Decir que el cáncer se lo causa el propio individuo con sus malos pensamientos es mentir. Y sabemos que es mentir no porque sepamos qué es lo que causa el cáncer sino porque sabemos qué es lo que no lo causa. Y lo sabemos no por las ideas que tengan algunos, sino por los estudios realizados y contrastados, y no es una cuestión de opiniones.

Andar diciendo que todo es cuestión de opiniones es mentir. Sabemos que hay muchas cosas que no son opinables y decir lo contrario es mentir. La ciencia no se forma sobre opiniones y por eso mismo no se puede creer en la ciencia o dejar de creer en ella. La ciencia es una realidad y una forma de explicar y entender el mundo que se pone a prueba a cada instante. Afirmar que se cree en la ciencia es como decir que se cree en la existencia; 1 no cree que exista, sabe que existe porque lo comprueba a cada paso que da, con cada respiración, es ubicuo e innegable; no es opinable.

Y por las mismas razones, decir que la tierra es plana es mentir; decir que el ser humano viene de Adán y Eva es mentir; decir que la teoría de la evolución es falsa es mentir; decir que los alienígenas hicieron las pirámides es mentir; es decir que la mecánica cuántica demuestra que hay una supra conciencia es mentir; hola decir que la astrología puede predecir el futuro es mentir; decir que un curandero puede curar la hepatitis B es mentir.

Y si alguna de esas mentiras o todas ellas te hacen sentir mejor, te da una sensación de satisfacción, orgullo o incluso empoderamiento, no por ello dejarán de ser mentira y tú vivirás en una irrealidad cuyas creencias no tendrán mayor efecto que esas sensaciones tuyas personales. Y mientras tanto, la realidad, el mundo de verdad, seguirá adelante y los seres humanos volaremos cada vez más alto y llegaremos cada vez más lejos en las distancias del cosmos y en la comprensión de quiénes somos y del universo entero; conduciremos vehículos cada vez más seguros y más cómodos; usaremos tecnología cada vez más eficiente, rápida y segura; y curaremos más y más enfermedades viviendo vidas más longevas y saludables.

¿Cuestión de felicidad? No lo discuto. El gran filósofo chino ya lo dijo hace más de 2000 años: envidio en la oveja que en su ignorancia vive feliz y despreocupada. Pero el ser humano es diferente, querido el maestro Lao, y no es feliz siendo ignorante porque, que no se te olvide, indefenso como es por naturaleza ante el resto de los depredadores y ante las fuerzas devastadoras del universo, no habría sobrevivido de haberse conformado con la ignorancia. Y hay más; si tú quieres vivir en tu feliz ignorancia recuerda que puedes hacerlo solo porque el ser humano que ha venido antes que tú lo ha hecho posible; el conocimiento de tus antepasados es el que te permite vivir la vida en despreocupada ignorancia si quieres; el conocimiento de los antepasados es el conjunto de las ciencias experimentales, las ciencias humanas, las Ciencias Políticas, las ciencias jurídicas, las ciencias aplicadas, la filosofía, el arte... Tú mismo en tu ignorancia eres el producto del conocimiento de tus antepasados.

Dudar del conocimiento probado, por tanto, es como cometer parricidio. Decir que la ciencia miente o compararla con la fe es un parricidio, metafórico, pero un parricidio.

Desde eureka hasta eppur si muove, de la teoría de la evolución a la de la relatividad, desde la invención del cero hasta el cálculo infinitesimal, desde la ley de la gravitación universal hasta el principio de incertidumbre, desde las vacunas hasta la electricidad, desde los átomos hasta los agujeros negros, son siglos de aprendizaje, no de opiniones; y no olvides nunca que más sabe el diablo por viejo que por diablo. El conocimiento es muy viejo y los que lo han forjado son los que han hecho que tú seas quien eres y que vivas en el mundo que vives, no tu creencia en que todo es opinable. Eso es mentira, y no porque lo diga yo, sino porque lo dicen siglos de pensamiento crítico, siglos de análisis experimental, siglos de vidas dedicadas al estudio de manera honesta.

Bulos, Historias y Mitos: Un Viaje por la Posverdad con Pinker y Bloch

Vamos a hablar de posverdad. La RAE la define así: f. Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. La Wikipedia le dedica un largo artículo en el que menciona su origen y desarrollo y explica que el término posverdad fue popularizado por las obras de los periodistas que escribieron libros que analizaban la situación sociopolítica del momento, especialmente tras las primeras elecciones de Donald Trump, en EE.UU., el Brexit, en el Reino Unido y tras las declaraciones falsas de G.W. Bush en relación a los atentados del 11S. Y todo ello está muy bien; pero yo, que me caracterizo por ser de los que quieren las cosas claras y el chocolate espeso, antes que posverdad prefiero hablar de bulos.

La palabra bulo, además, es muy antigua, y los bulos, lo sabemos, existen desde que los seres humanos nos establecimos en sociedades civilizadas. Tucídides, el gran historiador griego y padre de la politología, hace más de dos mil años dijo: “Los seres humanos prefieren, en vez de buscar la verdad, lo cual les es indiferente, adoptar opiniones que les vienen dadas”. Esta cita la recoge Marc Bloch en su artículo Metodología Histórica, y la acompaña del siguiente comentario: “La verificación necesita un esfuerzo, mientras que el simple hecho de creer no”.

Y aunque la posverdad puede que sea un fenómeno que haga referencia a la actualidad, la condición humana es la que es y ha sido siempre más o menos la misma. Steven Pinker, en su obra En defensa de la ilustración, nos dice al respecto: "No estamos en una era de la posverdad. La mendacidad, el ensombreciendo de la verdad, las teorías de la conspiración, los engaños populares extraordinarios y los delirios multitudinarios son tan viejos como nuestra especie, pero también lo es la convicción de que ciertas ideas son correctas y otras son incorrectas. La misma década que ha visto el ascenso del embustero Trump y sus seguidores incapaces de distinguir la realidad de la ficción, ha sido testigo del surgimiento de una nueva ética de comprobación de los hechos. Esta ética nos habría prestado un buen servicio en las décadas precedentes, cuando los falsos rumores provocaban con frecuencia pogromos, disturbios, linchamientos y guerras". 

El problema es, en mi opinión, simple y llanamente, el desconocimiento unido a la pereza que da el conocimiento. Saber, estar informados, cotejar datos, contrastar fuentes y reflexionar de forma crítica sobre las narrativas al uso suponen demasiado trabajo, demasiado esfuerzo, demasiado tiempo. El ser humano, en todas las épocas, ha tenido demasiado trabajo, ha estado demasiado cansado y no ha tenido tiempo como para vacunarse contra los bulos. Volviendo a citar a Marc Bloch, historiador que escribió a principios del siglo XX sobre esta cuestión, nos pone de manifiesto que sus contemporáneos no eran distintos a nosotros en cuanto a esto de los bulos. En su artículo Reflexiones de un historiador acerca de los bulos surgidos durante la guerra, publicado en 1921, explica ampliamente el fenómeno de creación y difusión de la mentira hecha noticia, y nos dice: “El error solo se propaga, solo se amplifica, como consecuencia de una condición: que encuentre un caldo de cultivo favorable en la sociedad por la que se difunde. A través de él, y de modo totalmente inconsciente, los hombres expresan sus prejuicios, sus odios, sus lamentos, todas sus emociones fuertes”, y más adelante nos dice: “el bulo es el espejo en que la conciencia colectiva contempla sus propios rasgos”. Es Pinker, de nuevo, en su obra citada, quien explica, sin rodeos, a qué se debe esta máxima de Bloch sobre el bulo y se debe, ni más ni menos, que a la propia naturaleza humana. “Las personas son por naturaleza analfabetas e incompetentes en el cálculo; cuantifican el mundo contando 🙶uno, dos, muchos🙷 y con burdas estimaciones. Entienden las cosas físicas como dotadas de esencias ocultas que obedecen las leyes de la magia simpática o el vudú más que de la física y la biología [...]. Creen que las palabras y los pensamientos pueden influir en el mundo físico mediante las plegarias y las maldiciones. Subestiman la prevalencia de las coincidencias. Generalizan a partir de muestras insignificantes, especialmente de su propia experiencia, y razonan mediante estereotipos proyectando las características típicas de un grupo sobre cualquier individuo perteneciente a él. Infieren la causación a partir de la correlación. Piensan holísticamente, en blanco y negro, y físicamente, tratando las redes abstractas como cosas concretas. No son tanto científicos intuitivos cuanto abogados y políticos intuitivos, que presentan las evidencias que confirman sus convicciones al tiempo que desestiman aquellas que las contradicen. Sobreestiman su propio conocimiento, entendimiento, rectitud, competencia y suerte”. 

No es de extrañar, pues, que los bulos, no solo campen a sus anchas entre nuestros entrecomillados conocimientos, sino que sean creados con tanta profusión. Marc Bloch nos explica que “todo bulo nace siempre como consecuencia de representaciones colectivas preexistentes a su propio nacimiento; el bulo solo es fortuito en apariencia o, más precisamente, todo lo que en él hay de fortuito se limita exclusivamente al incidente inicial, cualquiera que éste haya sido, que ponen en funcionamiento a la imaginación; sin embargo, esta puesta en marcha solo tiene lugar debido a que la imaginación ya había sido previamente dispuesta, de modo firme y callado, para ello”.

Nuestra naturaleza es, pues, la que se halla detrás de la creación de bulos y la fantasía es su herramienta. Cuanto más ingenioso sea su artífice, más creíble resultará el bulo y más se propagará, pero, eso sí, siempre y cuando refleje el sentir común de la comunidad, tanto en simpatía como en antipatía.

Posverdad, por tanto, es el nuevo término para definir a una sociedad que abraza los bulos, se recrea en ellos y los difunde sin contemplaciones. Pero no, no se trata de algo nuevo. Lo que sí está pintando un panorama distinto es la inmediatez y la inmensa difusión que reciben los bulos debido a las RRSS. Esta inmediatez e inmensa difusión produce desinformación masiva, o, lo que es lo mismo, infoxicación.

Imaginemos que queremos cocinar un pastel de posverdad. ¿Qué ingredientes necesitaríamos? En primer lugar, es importante señalar que sus ingredientes son de dos tipos, los de exceso y los de carencia.

Los ingredientes de exceso son:

1 cucharada de vanidad (muchos hablan de narcisismo, pero a mi me gusta más hablar de vanidad)

1 cucharada de instinto básico (o emociones a flor de piel)

1 cucharada de hiper susceptibilidad

2 cucharaditas de pereza intelectual

Una pizca de arrogancia

Una pizca de ingenuidad (la creencia en que cualquier cosa es posible, incluso la magia, es un ingrediente que le dará un toque especial)

3 cucharadas colmadas de ignorancia (de esto hay que ponerle en abundancia)

Una pizca de espíritu de crítica (que contrarrestará el ingrediente de carencia de juicio crítico) y, por último

mentiras, muchas mentiras, cuantas más le añadamos a nuestro pastel, más grande crecerá.

En cuanto a los ingredientes de carencia, son tan importantes como los de exceso, pues será esta carencia la que le dé mayor fuerza a los anteriores y permitirá que el pastel crezca y se haga esponjoso. Necesitaremos,

1 cucharada de falta de sentido común (esto es básico, pues sin esta carencia el bollo entero se nos vendrá abajo)

1 cucharadita de carencia de integridad política

Una pizca de neopositivismo (cuidado aquí, advertencia a los jóvenes, no se trata del ingrediente que hace que todo lo veamos de manera positiva, sino de destacar la importancia del análisis del lenguaje y de la metodología científica; tiene que haber una carencia total de este ingrediente o de lo contrario, de nuevo, el pastel se nos viene abajo)

3 cucharadas de falta de juicio crítico (es este ingrediente, como decía más arriba, el que contrarresta el exceso de espíritu de crítica, porque si el pastel de la posverdad crece es debido, en gran parte, a ese exceso de espíritu de enfrentamiento a lo establecido y a los hechos, a la verdad.

Se comprenderá por qué si al pastel le echásemos la levadura del juicio crítico, todo ese espíritu se desinflaría por el proceso de fermentación del propio razonamiento. Así que, a la posverdad hay que echarle mucho espíritu y poco juicio. Y con esto terminamos la lista de los ingredientes.

Ahora bien, para que un pastel se cocine adecuadamente es necesario tener un buen horno y, tal vez, el escenario de la pandemia de la COVID19 fuera uno de los mejores. Era un momento en el que mantener la mente fría y la calma era imprescindible y, sin embargo, hubo periodistas que se dedicaron a alterar los hechos, inoculando, además, el terror y la histeria colectiva. En ese horno pandémico, el pastel de la posverdad se hizo bien grande, esponjoso y apetitoso –tanto que, quien más y quien menos, todos mordimos un pedacito para nosotros.

Los que operan el horno, subiendo la temperatura para alcanzar la más adecuada para la fermentación del pastel son los periodistas y los políticos. De nuevo Pinker a este respecto nos propone una descripción precisa y perspicaz, y es que tanto la política como la prensa son ajenas al método científico, por lo que con sus mensajes dejan a la sociedad inmersa en una laguna en la que “las preguntas con consecuencias extraordinarias para la vida y la muerte se responden mediante métodos que sabemos que conducen al error, tales como las anécdotas, los titulares, la retórica y la opinión de la persona mejor pagada”.

El periodista, a diferencia del científico, no busca la verdad sino el sensacionalismo. A mí me gusta dividir el sensacionalismo en dos grandes grupos, a saber, el de cuentos de hadas y el de cuentos de brujas. El primero, el de cuentos de hadas, son las noticias que hacen referencia a las bodas –o divorcios–, nacimiento de hijos, infidelidades, etc. de los famosos y miembros de las familias reales, así como avances tecnológicos sorprendentes. Son el sensacionalismo feliz. Por otro lado, el de cuentos de brujas es el tipo de noticia tremendista. Pinker nos dice que: “Sea cierto o no que el mundo esté empeorando, la naturaleza de las noticias interactuará con la naturaleza de la cognición para hacernos pensar que lo es”. A este fenómeno se lo conoce como heurística de disponibilidad, concepto que le debemos a los psicólogos Kahneman y Tversky. Se refiere concretamente al hecho de que tenemos un sentimiento triste acerca del mundo que se manifiesta de un modo catastrofista (el gusto por la distopía es una de sus facetas). Pinker nos señala que, aunque los accidentes de coches son por cientos de miles mucho más frecuentes que los accidentes de avión, casi nadie tiene miedo al coche y millones tienen miedo a volar; aunque el asma mate a más de 4 mil personas al año solo en EE.UU. y los tornados a menos de 50, consideramos más grave el tornado que el asma. Y los periodistas se aprovechan de esto. Ellos convierten en súper noticias los accidentes de aviones, pero no a los de coches; en sensación informativa a los tornados, pero no al asma. Las noticias hablan de las cosas que van mal, y aunque la mayoría de las cosas vayan bien, mientras haya una sola que vaya mal, los noticieros llenarán sus titulares de esa información negativa. Los periodistas no trabajan para reportarle al mundo las cosas que van bien sino para todo lo contrario.

Esto nos coloca ante un dilema: ¿Qué ocurre cuando no hay suficiente cantidad de cuentos de brujas o los que hay no son lo suficientemente impactantes? Es en estos casos cuando los periodistas, al igual que los políticos, cogen los datos y los manejan a su antojo, cortando y pegando la información, descontextualizando los hechos para así crear el escenario que necesitan, el escenario que les conviene.

Vale la pena hacer un pequeño paréntesis para hablar un poco más del pesimismo colectivo, un ingrediente que no he mencionado en la lista de ingredientes porque se trata de un aromatizador y no es indispensable. Ahora que, ¡sabemos bien lo importante que es el aroma para cualquier bizcocho que se precie!

El pesimismo colectivo se podría resumir en la sentencia milenaria de que todo tiempo pasado fue mejor. Se trata del convencimiento absoluto de que todo o casi todo va peor que antes, hasta el punto de que las risotadas saltan en cuanto a alguien se lo oye decir que las cosas van a ir mejor. En la obra En defensa de la ilustración, a la que ya hemos hecho referencia, Pinker lo explica con todo lujo de detalles, datos y gráficos, y es por ello una lectura obligada para toda persona que quiera estar preparada y ser crítica ante el mundo que nos rodea. Este autor nos muestra que la psicología ha demostrado que el deseo por lo bueno no es tan grande ni tan fuerte como el miedo a lo malo. Baumeister y Bratslavsky, entre otros, son los científicos que han desarrollado estas conclusiones. Lo malo es más fuerte que lo bueno. La preocupación por las pérdidas es más grande que el deseo de las ganancias, y nos sentimos siempre mucho más tristes por las cosas malas de lo que nos sentiremos bien por las cosas buenas. Es parte de la condición humana. Vean esto: Amabile, en 1983, demostró que, entre dos críticos, uno que ponga verde a un libro y otro que lo elogie, el primero será percibido por el público como mucho más serio y veraz que el segundo. Si lo destripa, es que sabe lo que dice; si lo alaba, es que quiere vendernos algo y no merece ni que lo escuchemos. Fíjense en este dato que nos proporciona Pinker: entre el año 2003 y el 2016 se publicaron decenas de libros sobre el progreso del mundo y un esperanzador futuro, escritos por eminentes científicos y pensadores y, sin embargo, los premios Pulitzer se entregaron a 4 libros sobre genocidio, a 3 sobre el terrorismo, a 2 sobre el cáncer, a otros 2 libros sobre el racismo y a 1 sobre la extinción.

Es lo que alimenta a las noticias, es de lo que viven los periodistas, y es lo que nos hacen fagocitar a las personas, aprovechándose de que nuestra naturaleza tenderá a esto: si hay sangre, sexo o morbo, venderá.

En cuanto a los políticos, calaña de la peor clase, además de aprovecharse como carroñeros de esta naturaleza catastrofista del ser humano –uno de sus mayores defectos–, en lugar de enseñar y educar a la sociedad, se inventa las noticias para hacerlas más favorables a su campaña electoral. El sistema democrático es, sin duda, el mejor sistema que ha desarrollado el ser humano para gobernar sus sociedades, y no seré yo quien lo ponga en duda. Pero desde luego no es un sistema perfecto ni anda escaso de defectos. De todos ellos, el peor defecto de los gobiernos democráticos son sus políticos. El diseño mismo del parlamento es el que hace aguas por todas partes y necesitaría, para empezar, de un buen filtro para evitar que cualquiera pueda sentarse en un escaño, y de una válvula de escape para evitar que estalle desde dentro y así no repetir casos como el de Mussoloni, por ejemplo. Pero otro gran fracaso del sistema parlamentario es el hecho de que reúne a personas de diferentes andaduras, con diferentes gustos y muy distinta preparación para resolver situaciones que en la mayoría de los casos ni han vivido ni conocerán jamás. Y eso no sería un problema si los informes que recibiesen no estuvieran sesgados por los colores partidistas, intenciones electoralistas e intereses privados y particulares de los mismos políticos.

Volviendo a nuestro pastel de la posverdad, cuando la mezcla entra en el horno –y siempre que lo hayamos preparado todo correctamente– es cuando esos cuentos de brujas se transforman en cientos de millones de mensajes de WhatsApp, Twitter o Facebook y ya las personas no somos capaces de distinguir entre lo que es real y lo que no lo es. 

El pastel de la posverdad se presenta en múltiples sabores. Está el pastel Nopisamoslaluna, que es uno de mis favoritos, en el que el ingrediente de la expresión crítica le da gran textura y le aporta un aroma único; el pastel Vacunasautismo que, junto al Tierraplana, aunque no de mi gusto, son todo un éxito y reciben el cuerpo de pastosa esponjosidad gracias al ingrediente de la ignorancia. No hay que olvidarse de los pasteles Meofende y el Meidentifico que son, posiblemente, los que más de moda estén ahora mismo, y sus ingredientes estrella son la hiper susceptibilidad y la pereza intelectual.

Los lectores de este artículo de este mi humilde blog que hayan llegado hasta aquí se sentirán, digo yo, bastante desesperanzados ante este espectáculo del mundo que no dista mucho del que tantos y tantos autores nos han descrito en sus novelas y obras de ficción. ¿Tiene remedio esto? ¿Hay una solución? La respuesta es sí. Un sí rotundo. Saber saber y saberse ignorante son las claves. En particular, y esto lo opino desde que era un alumno de secundaria, el conocimiento de la historia, y más que el conocimiento de los datos históricos su estudio, es el antídoto contra la posverdad, contra los bulos. Vuelvo a Steven Pinker y su obra En defensa de la ilustración: “Ser conscientes de nuestro país y de su historia, de la diversidad de costumbres y creencias a lo largo y ancho del planeta y a través de las épocas, de los errores garrafales y los triunfos de las civilizaciones pasadas, de los microcosmos de las células y los átomos y los macrocosmos de los planetas y las galaxias, de la realidad etérea del número, la lógica y el patrón: todo esto nos eleva verdaderamente a un plano superior de la conciencia. Constituye un don de la pertenencia a una especie inteligente con una larga historia”. Y quiero dejar a los lectores de este mi humilde blog con esta reflexión con la que terminó Marc Bloch su discurso en la Entrega solemne de Premios del Liceo de Amiens, en el curso escolar de 1913-1914: “El individuo prevenido, que conoce la extrañeza de los testimonios exactos, está menos dispuesto que el ignorante a acusar de mentiroso al amigo que se equivoca. Y el día en que, en público, ustedes tengan que tomar parte en cualquier gran debate, ya se trate de someter a nuevo examen una causa juzgada con excesiva rapidez o debo votar por un individuo o por una idea, no olviden nunca el método histórico. Es una de las vías que conducen a la verdad”.

Nada es verdad. Todo es posible. La veracidad de la ciencia: lecciones del pasado en la era de la desinformación

El debate sobre el cambio climático me ha enseñado que también se puede desconfiar de los científicos. Para mí, la ciencia era sinónimo de verdad. Lo mismo que su religión para cualquier creyente, la ciencia era para mí incuestionable y, casi como un talibán, embestía contra todos aquellos que la pusieran en duda. Y de todas las que he peleado, la batalla contra los herejes creacionistas ha sido la más apasionada. Que se niegue la teoría de la evolución me irrita especialmente –y me produce pena al mismo tiempo y creo que no se hace lo suficiente para terminar con esa plaga mental. Supongo, no obstante, que, al igual que ha ocurrido con el fenómeno del terraplanismo –tan bochornoso para los que lo promovieron–, simplemente habrá que esperar a que se den de bruces con la realidad. No obstante, ahora comprendo mejor a los detractores de la ciencia ya que, como apuntaba al principio, el debate sobre el cambio climático ha puesto de manifiesto que efectivamente la ciencia se puede poner en duda. Esto, dicho así, me produce escalofríos. Pero los científicos son seres humanos también y, como cualquier otro ser humano, también saben mentir.

  


Si bien la ciencia como tal no miente, puede haber teorías erróneas que persistan durante mucho tiempo. El ejemplo más interesante es, en mi opinión, el del éter. Es este uno de los criterios erróneos que ha perdurado más tiempo. Fue propuesto por primera vez por Aristóteles, en el siglo IV a.e.c., como un concepto filosófico, pero fue durante el siglo XVII que se convertiría en una noción científica. Se formuló la teoría de que el éter luminífero era el medio necesario para que las ondas de luz viajaran por el espacio –de manera similar a como el sonido viaja a través del aire–, un medio infinito e invisible que permeaba el universo entero. Esto fue aceptado ampliamente hasta el siglo XX, y científicos de la talla de Newton, Maxwell, Kelvin y Lorentz lo promulgaban sin titubeos. Incluso hubo un experimento, en 1887, realizado por los científicos Michelson y Morley para demostrar su existencia. La teoría del éter no se abandonó hasta la llegada de la Teoría General de la Relatividad de Einstein, en 1915. Y si bien es cierto que la ciencia avanza mediante el cuestionamiento, la revisión de evidencias y, a veces, aprendiendo de errores, también lo es que ha habido casos de científicos que han mentido de manera deliberada y flagrante.

    En 1912, el arqueólogo Charles Dawson afirmó haber encontrado el eslabón perdido de la evolución humana. El Hombre de Piltdown, que es como se llamó a este supuesto eslabón perdido, resultó ser un engaño premeditado. ¡Eran una mandíbula de orangután y un cráneo humano modificados para parecer antiguos! Este fraude no fue expuesto hasta más de cuarenta años después, gracias a las mejores técnicas de datación.

   Con todo, uno podría pensar que se trata de cosas del pasado. Nada más lejos de la realidad. Los fraudes científicos no son cosa del pasado. En 2004 y 2005, el científico surcoreano Hwang Woo-suk afirmó haber clonado embriones humanos y extraído células madre. Tiempo después, sus estudios fueron revelados como fraudulentos y la comunidad científica lo condenó ampliamente. Este es uno de los casos más notables de las falsificaciones científicas. Pero no el único. En 1998, el médico inglés Wakefield anunció que la vacuna triple vírica producía autismo. Aunque posteriormente se descubriera que había manipulado datos y que tenía conflictos de interés y, por tanto, su estudio fuera desmentido y retirado, lo cierto es que causó un gran impacto en los movimientos antivacunas que perdura aún hoy día.

    En la lista de las falsedades científicas ocupa un lugar infame y tristemente notable el de la lobotomía. Esta práctica fue popularizada por el neurólogo portugués António Egas Moniz, en los años 1930 y 1940, como un tratamiento válido para trastornos mentales graves como la esquizofrenia o la depresión. La lobotomía consistía en introducir un escalpelo por la nariz del paciente y con un golpe firme de martillo cortar las conexiones en el lóbulo frontal del cerebro. Moniz recibió el premio Nobel en 1949 por su trabajo. Sin embargo, sus efectos resultaron ser devastadores: pérdida de funciones cognitivas, cambios de personalidad severos, incapacitación permanente… El Dr. Walter Freeman fue uno de los principales defensores de la lobotomía y realizó miles de estas operaciones, en su mayoría con resultados trágicos. Entre ellos, el caso de Rosemary Kennedy, de 23 años, la hermana del presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, a la que sometió a una lobotomía en 1941. La intervención dejó a Rosemary con una discapacidad mental severa y pasó el resto de su vida en instituciones de cuidado. Esta práctica no fue desacreditada hasta mediados del siglo XX.

   La física también ha tenido sus casos de fraude y engaño. Entre los más notorios se encuentra el de la fusión fría. En 1989, los científicos Martín Fleischmann y Stanley Pons anunciaron que habían logrado una reacción de fusión nuclear a temperatura ambiente, algo que prometía una fuente de energía prácticamente ilimitada y limpia. Sin embargo, resultó ser un fraude. En 1903, el físico francés René Blondlot afirmó haber descubierto una nueva forma de radiación, los rayos N. Sin embargo, resultó ser un fraude. Entre 1998 y 2002, Jan Hendrik Schön publicó en revistas de prestigio como Nature y Science hallazgos aparentemente revolucionarios sobre semiconductores orgánicos y transistores moleculares. Sin embargo, resultaron ser un fraude. En 1970, Joseph Weber afirmó haber detectado ondas gravitacionales. Resultó ser un fraude.

    ¿Cómo no dudar de la ciencia, cuando sabemos de la persistencia de conceptos erróneos durante siglos, como el caso del éter, o ante casos de fraudes y mentiras, como los de los rayos N o el Hombre de Piltdown? Nuestros más antiguos antepasados nos dejaron una lección muy clara al respecto, y fue la de, simplemente, dudar de todo. Ahora bien, dudar de todo, pero sin descartar el rigor de la lógica y sabiendo identificar qué intereses creados pueden hallarse tras las cosas que nos quieren dar por verdades. Dudar de todo, sí, pero con sentido común.

    Sabemos de los intereses económicos detrás de las investigaciones farmacéuticas y de cómo las grandes compañías a menudo financian investigaciones científicas que pueden beneficiar sus productos y no necesariamente la salud. Sabemos que en el sector de la agricultura y la biotecnología las empresas agroalimentarias han financiado investigaciones sobre organismos genéticamente modificados y pesticidas, a menudo promoviendo estudios que falsean los riesgos para la salud. Sabemos que puede haber presiones políticas que nos lleven por sendas fraudulentas del conocimiento científico, como bajo el régimen de Stalin, cuando la ciencia fue manipulada para apoyar la ideología estatal. La teoría de la genética de Lysenko, que fue promovida por el gobierno, rechazó la genética mendeliana y llevó a un retroceso significativo en la investigación genética en la Unión Soviética. También sabemos que los gobiernos pueden causar el efecto contrario, esto es, forzar tanto la maquinaria como para alcanzar lo que se creía imposible en menos tiempo, como es el caso de la guerra espacial que llevó a los Estados Unidos a poner al hombre en la Luna en un tiempo récord.

    Ahora bien, a parte de los casos de presiones institucionales y de los fraudes por intereses personales de los propios científicos, hay casos que tienen más que ver con el sesgo cognitivo. El ser humano tiende a razonar siguiendo patrones sistemáticos de pensamiento. Estos patrones son el sesgo cognitivo. En la mayoría de los casos, esto nos lleva a tomar decisiones o juicios de manera irracional o errónea basados en factores emocionales, prejuicios o limitaciones en nuestra capacidad para procesar información. Por cuestiones de eficiencia –o de simple pereza–, es decir, por querer obtener los mejores resultados con el menor gasto de energía, los seres humanos empleamos atajos mentales que nuestro cerebro usa para simplificar la toma de decisiones, pero que a menudo nos llevan a conclusiones incorrectas o distorsionadas.

    De todos los tipos de sesgos cognitivos, el de confirmación es el más fuerte de todos. Nos vemos bajo la niebla del sesgo de confirmación cuando tendemos a buscar, interpretar y recordar solo la información que confirme nuestras creencias o hipótesis previas, ignorando o desestimando toda la información que las contradiga. Así pues, si alguien cree firmemente en el terraplanismo es más probable que busque estudios o testimonios que respalden esa creencia, y pasará por alto los estudios científicos que demuestran que la tierra es redonda, e incluso pasará por alto sus propias evidencias empíricas como que desde lo alto de un rascacielos en Nueva York no se pueden ver los rascacielos de otra ciudad. En definitiva, el sesgo cognitivo puede llevarnos a aceptar falacias, mantener creencias erróneas o tomar decisiones que no están basadas en un análisis racional, como es, por ejemplo, el caso de los creacionistas. Y los científicos no están exentos –o no necesariamente.

    En ciencia y medicina los sesgos pueden dificultar la aceptación de nuevas ideas o, por el contrario, pueden promover teorías no comprobadas. Veamos un ejemplo algo simplista, pero de actualidad. En un video viral de un cuervo deslizándose por un tejado nevado usando una tapa a modo de tabla de esquiar, el comentarista lo compara con el caso de una abeja que se entretiene con una pelota de su tamaño y nos explica que eso es, a todas luces y en contra de lo aceptado hasta ahora, un juego. Es decir, se trata de comportamientos que responden al placer de divertirse. Llevamos siglos observando como los animales se entretienen con juegos y, sin embargo, no ha sido hasta ahora que los hemos descrito como comportamientos lúdicos. Hasta ahora, los científicos nos han venido diciendo que esa forma de comportarse formaba parte del proceso de aprendizaje para la supervivencia del animal, un instinto para desarrollar las destrezas que necesitaría como, por ejemplo, para la caza. ¿Por qué? En mi opinión, la respuesta está en el sesgo cognitivo. Aceptar que un animal pueda jugar por el mero placer del entretenimiento –o que pueda crear obras de arte, como en los casos de gatos, pájaros jardineros, elefantes, primates, peces globos japoneses, termitas y abejas– es aceptar que el ser humano no es el único que lo hace; eso entraría en conflicto con la creencia en la superioridad humana como especie. Esa creencia de la superioridad del ser humano deriva de la cultura religiosa. Se trata, pues, de un sesgo cognitivo religioso. En otras palabras, las creencias religiosas de los científicos les impedían describir de manera objetiva lo que veían. Este ejemplo, modesto, insignificante, puede, no obstante, extrapolarse a muchos otros casos.

    A estas alturas, por tanto, ¿qué confianza puedo depositar en mi amada ciencia cuando he de abordar temas como el del cambio climático antropogénico? Sabemos que la industria del carbón y otros intereses económicos han intentado influir en esto, pero no deja de ser cierto que son científicos y no profanos los que han lanzado sus estudios para desmentir la teoría de un cambio climático antropogénico. Entre otros, Fred Singer fue un físico y climatólogo que fundó el Science and Environmental Policy Project, y argumentó que el cambio climático no era causado por actividades humanas y que las emisiones de dióxido de carbono no tenían un impacto significativo en el calentamiento global. Singer fue objeto de controversia debido a los fondos que su organización recibió de grupos con intereses en la industria de los combustibles fósiles. ¡Pero era un científico!

    Richard Lindzen, profesor emérito de meteorología del Instituto de Tecnología de Massachusetts, ha cuestionado la sensibilidad del clima al CO2 y ha criticado al consenso científico. Linsen también ha estado asociado con grupos financiados por la industria del carbón y el petróleo. ¡Pero es un científico! Willie Soon, astrofísico del Harvard-Smithsonian Center for Astrophysics, ha sostenido que la variación solar juega un papel más importante en el cambio climático que las actividades humanas. Ha sido objeto de críticas y polémicas por recibir financiamiento significativo de la industria de los combustibles fósiles para sus investigaciones. ¡Pero es un científico! Patrick Michaels, climatólogo y antiguo director del Center for the Study of Science, ha minimizado el impacto del cambio climático y ha argumentado que el calentamiento global tiene efectos exagerados. También ha sido vinculado con grupos financiados por intereses de combustibles fósiles. ¡Pero es un científico! Judith Curry, exprofesora y directora del School of arts and Atmospheric Sciences, en el Georgia Institute of Technology, aunque no niega el cambio climático, ha cuestionado la magnitud del impacto humano en el calentamiento global y ha criticado la política y la certidumbre del consenso científico en torno a este tema. A ella no se la relaciona con financiaciones de la industria de los combustibles fósiles, ¡y es una científica! ¿No es, por tanto, lícito creer que tal vez, una vez más, en lo relativo al cambio climático antropogénico, la comunidad científica esté equivocada, como en el caso del éter luminífero? ¿No cabe la posibilidad de que la comunidad científica se esté dejando llevar por un sesgo de confirmación? Y más importante aún, ¿con qué argumentos puedo yo enarbolar ahora la bandera de la ciencia cuando, en mi próxima batalla contra la superstición religiosa, quiera defender la teoría de la evolución frente a los creacionistas? Más aun, ¿qué debo creer en lo relativo a la fiabilidad de las pruebas PCR realizadas durante la pandemia del COVID-19? ¿Cómo defender el uso de mascarillas o de las vacunas contra la COVID-19? Y ¿qué pensar de la pandemia en sí? O, en otro orden de cosas, pero manteniéndome en la más estricta actualidad, ¿qué debo pensar en lo referente a los vehículos eléctricos y al cambio hacia las tecnologías renovables?

    Como docente, como divulgador, y como escritor, siempre me he querido mantener fiel a la verdad, fiel a la información veraz, fiel a la divulgación científica. Pero cuando la verdad se desdibuja con la infoxicación que nubla la capacidad de diferenciar entre las fuentes fiables y las que no lo son; cuando el periodismo actual está más al servicio de los poderes de facto; cuando la divulgación científica se convierte en un arma propagandística; y, más tristemente aún, cuando (…mi madre tenía razón y…) los científicos se me han revelado como seres humanos normales y corrientes, con los mismos sesgos cognitivos, con los mismos intereses particulares y con las mismas ambiciones ególatras que podemos tener los demás, ¿dónde acudimos para buscar la verdad? Dudar de todo es el único remedio.

    Dudar de todo, pero manteniendo un pensamiento crítico. Dudar de todo, pero manteniendo un razonamiento analítico. Dudar de todo, pero manteniendo un juicio reflexivo. Dudar de todo, pero manteniendo un pensamiento lógico. Dudar de todo, pero manteniendo una evaluación crítica. Dudar de todo, pero manteniendo una capacidad de discernimiento. Dudar de todo, pero manteniendo una mentalidad escéptica. Dudar de todo, pero manteniendo una reflexión analítica. Dudar de todo, pero manteniendo un enfoque razonado. Dudar de todo, pero manteniendo un pensamiento independiente. De este modo, finalmente, se llegará a una verdad única; a una verdad particular; a una verdad personal; y si bien puede no tratarse de la verdad universal, al menos tendremos la garantía de que se aleja mucho más que cualquier otra cosa de la mentira.

    Aplicando este sistema, concluyo, pues, que sí hay cambio climático antropogénico, pero no es tanto como nos lo pintan; que sí hubo pandemia, pero no fue para tanto; que sí funcionan las vacunas, las mascarillas y las pruebas PCR, pero no siempre ni en todos los casos ni de manera tan efectiva como para depositar todas nuestras esperanzas en ellas; que si es necesario dejar de fabricar tantos coches de combustión interna, pero que no son tan necesarios ni tan favorables los coches eléctricos… que la verdad siempre se encuentra en un término medio y que nunca es lo que le hace falta a nuestros gobernantes. Ellos necesitan pintar un mundo de blancos y negros, de extremos irreconciliables, de polarización entre opuestos que se repulsan mutuamente –o estás conmigo o estás contra mí. Lo necesitan no para gobernar mejor un país ni para guiarlo hacia el bienestar, sino para vencer victorias personales, ganar campañas electorales, obtener financiaciones privadas que propicien sus proyectos y/o intereses personales y, en definitiva, para alcanzar esa posición socioeconómica que arrogante, egoísta y avariciosamente ansían. El problema, pues, no está en la ciencia; la culpa del caos no la tienen los científicos. La ciencia puede equivocarse en algunas de sus partes y los científicos pueden mentir, pero es su conjunto la ciencia se orienta en la dirección correcta. Al aplicar el método de dudar de todo manteniendo el pensamiento crítico, es cuando descubrimos que el problema no es la ciencia, sino nuestros gobernantes.

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